Hace unos años, estuve en casa de los padres de Helena Moreno, en el madrileño barrio de Moratalaz. Ella llevaba ya varios años huyendo en compañía de su marido, el terrorista Mustafá Setmarian. El padre de Helena, un veterano sindicalista –«eduqué a mi hija en la libertad», nos decía–, recordaba aquella tarde cómo tenía que revisar las etiquetas de las galletas que le daba a su primer nieto para que no tuviesen ningún ingrediente relacionado con el cerdo, para no desatar la ira de su yerno, un radical de manual. El salón de su piso estaba presidido por una fotografía de Helena, tomada hace muchos años, con media melena suelta, antes de que comenzase a tapar su pelo, su rostro e iniciase su deriva hacia, como cuenta Óscar Gutiérrez en esta entrevista publicada hoy en elpais.com, el lugar en el que se encuentra hoy: Helena huye hasta de cualquier contacto físico con los hombres.
Sorprende que Amnistía Internacional haya ofrecido sus instalaciones a la mujer de Setmarian. Confío en que haya sido por ignorancia. No creo que a las víctimas del 11 de marzo les haya gustado la idea. El sirio, que no tuvo absolutamente nada que ver con los atentados de Madrid, sí los calificó como «benditos» en una de sus soflamas.
En la entrevista, Helena Moreno dice muy poco, miente y deja de decir aún mucho más. Dice, por ejemplo, que su marido «no es un hombre de acción sino de ideas. El mayor crimen del que se le puede acusar, si es que se puede, es de pensar, analizar y escribir». Así que nos presenta al terrorista –hoy en paradero desconocido– como un pensador, casi inofensivo. Asegura también Helena que su esposo fue, poco más o menos, un precursor de las revueltas que se producen hoy en el mundo árabe: «Siempre ha estado intentando defender a los pueblos oprimidos. Y la prueba de que no estaba engañado son las revoluciones en los países árabes. Lo que yo conozco de Setmarian, lo que ha hablado conmigo, es que hay un desconocimiento del islam y de los pensadores islamistas.»
Afortunadamente, las revoluciones en Egipto o en Túnez no han estado protaginzados por personajes parecidos a Setmarian, del que en Interviú hemos escrito mucho. Os extracto aquí algunas de las ideas que él mismo plasmó en libros o en la revista Al Ansar, el órgano oficial d expresión del GIA argelino, que dirigió mietras estaba en Londres:
“No habrá salvación para la umma [la comunidad musulmana] salvo que sigamos el principio ‘cuelga al último infiel de los intestinos del último sacerdote [cristiano]’”. “La única arma que tenemos para enfrentarnos con la maquinaria moderna del enemigo es la yihad y el amor a la muerte”. “El espíritu se enriquece con el amor a la muerte. (…) Cuerpos mutilados, esqueletos, terrorismo… ¡qué palabras tan hermosas!”. «Los infieles deben ser aniquilados en los países musulmanes”, se le escucha decir en una de sus lecciones en vídeo difundidas en páginas yihadistas.
Helena Moreno dice que su marido se dedicó «a leer» en Afganistán. Lo cierto es que dirigió el campamento de entrenamiento de terroristas de Duranta: “Los infieles probarán la ferocidad de los guerreros entrenados por mí”, dijo en uno de sus comunicados. Tras los atentados del 11-S, la mujer dice que tuvieron que huir por miedo a que les detuviesen. Lo que no cuenta es lo que su marido dijo de los ataques de Nueva York y Washington: «Si me hubieran consultado, habría señalado que los aviones llevaran armas de destrucción masiva”.
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Hoy es 11 de septiembre
Hoy es 11 de septiembre. Hace nueve años que el mundo cambió. Creo que a estas alturas, esa afirmación es indiscutible: unos terroristas bien financiados y adiestrados dejaron claro que occidente y sus valores –esos que nadie nos ha regalado, sino que se han conquistado tras siglos de lucha– eran vulnerables, golpeando en el mismísimo corazón de Nueva York, la abierta, la tolerante ciudad de Estados Unidos, que encarna mejor que ninguna en el mundo esos valores: la democracia, la tolerancia, la igualdad entre hombres y mujeres, la libertad…
Confieso que cada 11 de septiembre, igual que cada 11 de marzo desde 2004, dedico unos minutos a recordar lo sucedido y me emociono pensando en los ataques terroristas, en las víctimas, en el shock vivido por dos ciudades a las que amo –Madrid, donde nací yo y nacieron mis hijos, y Nueva York, mi ciudad favorita, a la que intento volver siempre que puedo–. Aquel 11 de septiembre mi percepción fue que unos tipos querían acabar con mi sistema de vida –lo que se denomina democracia occidental–, al que odian por razones que desconozco: odian que en las escuelas haya niñas, odian que Dios permanezca en la esfera privada de cada uno, odian que haya leyes hechas por los hombres… Tuve esa misma percepción el 11 de marzo de 2004, cuando Al Qaeda golpeó Madrid y siempre pensé que si los terroristas islámicos no habían atacado mi ciudad antes era porque no habían podido y no porque considerasen que la participación de España en la guerra de Irak les daba carta blanca para hacerlo. Hoy he leído en El País este imprescindible artículo que firman Ignacio Cembrero y Fernando Reinares y que apunta hacia esa tesis. Es decir, Al Qaeda ya tenía a España como objetivo antes de la intervención española en Irak. Era cuestión de tiempo.
Este 11-S ha sido especial. Un descerebrado reverendo de Florida, con pistola al cinto –genial reportaje de John Carlin hoy en El País sobre el tema–, amenazó con hacer una quema pública de coranes, un barbaridad bendecida por la libertad de expresión casi sin límites que contempla la Constitución norteamericana. El miedo ante las consecuencias de semejante incorrección política se extendió por el orbe y mandatarios de todo el mundo se apresuraron a condenar la estupidez del reverendo Jones. Completamente de acuerdo con todos ellos, aunque espero la misma celeridad y la misma contundencia ante la próxima tropelía, por ejemplo, del Ahmadineyad, el presidente de un país que dispone de algo que se va pareciendo a un armamento nuclear y que consiente en su país lapidaciones de presuntas adúlteras y ahorcamientos de homosexuales.
La polémica sobre la instalación de un centro cultural islámico cerca de la zona cero de Nueva York también ha marcado este noveno aniversario. La libertad de culto está bendecida por la Carta Magna norteamericana. El propio presidente Obama lo ha recordado y ha salido en defensa del centro islámico. Desde aquí sólo invito a una reflexión: ¿estaríamos los madrileños de acuerdo en ver una mezquita frente a la cúpula de cristal que recuerda a las víctimas del 11-M? A mí, personalmente, no me gustaría. Creo que hay cientos de emplazamientos en los que la construcción del templo no ofendería a nadie. Aquí y en Nueva York.
Os dejo este vídeo, que recuerda lo ocurrido el 11-S con una canción de Alan Jackson.
Mi recuerdo para las víctimas de ese 11-S y para las del 11-M. En mi caso no hay olvido ni perdón para los autores de esos crímenes. Y yo, como ha dicho el presidente Obama hoy, tampoco estoy en guerra con el Islam. Pero sí con aquellos musulmanes que quieren acabar con mi sistema de vida.
Noticias desde Afganistán
Leo en los últimos días varias cosas sobre Afganistán, país en el que, recordemos, hay 1.500 soldados españoles librando una guerra contra los talibanes y, por supuesto, construyendo escuelas, hospitales y granjas. Pero, básicamente, están en una cruenta y feroz guerra contra los terroristas afganos. El reportaje que publicamos hace unas semanas en Interviú deja muy claro que aquello es una guerra en la que se muere y en la que se mata.
Leo hoy mismo que cinco menores han muerto en un atentado suicida en Kandahar. Estas noticias ya casi no ocupan espacio en los periódicos. En los seis primeros meses del año más de mil civiles han muerto en atentados perpetrados por los talibanes o en los lamentables errores de los aliados y sus bombas nada inteligentes.
Leí ayer que las tropas holandesas dejan Afganistán, donde tenían casi dos mil soldados desplegados. 24 soldados de los Países Bajos han perdido la vida en Afganistán, donde Holanda ha desarrollado una labor bastante más digna que por la que se les recuerda: Srebrenica, donde gracias a la cobardía de los casos azules holandeses, los asesinos de Mladic masacraron a 8.000 civiles. Pero, aún así, no creo que sea un buen momento para que nadie abandone Afganistán y deje a su suerte a la población.
Y en España, naturalmente, según he leído en una encuesta publicada esta semana en El País, más de la mitad –el 51%– de los ciudadanos opina que la presencia de nuestras tropas en Afganistán no es necesaria. Por supuesto. ¿Alguien esperaba otra cosa? Yo no, desde luego. Han pasado seis años de los atentados del 11 de marzo y todavía hay gente discutiendo si detrás de las bombas estuvo ETA, un célula socialista, los servicios secretos marroquíes… Pues bien, los atentados del 11-M nacieron en lugares como en los que se desarrollan ahora mismo las batallas contra los talibanes. Allí es donde nacen matanzas como las de Madrid, Nueva York o Londres. Por eso es imprescindible que los aliados sigan allí y que derroten a los talibanes.
También leo estos días el revuelo causado por Wikileaks y sus papeles sobre la guerra. Enhorabuena a la web por sus revelaciones, pero eso no es periodismo, eso es publicar papeles confidenciales que llegan de fuentes anónimas. ¿Dónde está el trabajo periodístico? Aunque, por supuesto, eso no resta ni un ápice el éxito de la web, sobre todo en lo que hace referencia a la denuncia de los abusos y los crímenes de guerra cometidos allí y que, espero, gracias a ser publicados, serán perseguidos.
Por último, veo la portada de Time que acompaña estas líneas y siento envidia por la valentía que ha demostrado el editor. Bajo el titular «Lo que pasa si nos vamos de Afganistán», aparece una poderosa imagen de Aisha, una chica afgana de 18 años a la que los talibanes cortaron la nariz y las orejas por tratar de huir de la casa en la que la maltrataban. No hay equidistancias posibles en este conflicto y así de claro lo ha visto el editor de Time. O se está con los talibanes o se está contra ellos. Y la única manera de estar contra ellos es seguir en Afganistán hasta derrotarlos.
‘London River’, una película que aquí nunca se hará
El verano no es una época propicia para ir al cine. La cartelera se llena casi exclusivamente de películas para niños y con las de adultos hay que andarse precavido, así que me decidí a ver London River tras leer las críticas favorables de mis colegas y ex compañeros de trinchera en El Sol Ramón Lobo y Guillermo Altares.
Es una película corta –no llega a los 90 minutos–, que no empieza a saborearse hasta que uno lleva un rato fuera de la sala y se da cuenta de lo que ha visto. La cinta relata la peripecia de dos personas unidas en la búsqueda de sus hijos, desaparecidos tras los atentados islamistas del 7 de julio de 2005, que dejaron medio centenar de muertos en Londres. Las interpretaciones de los protagonistas son sensacionales: la campesina inglesa protestante y el guardabosques africano musulmán son dos personajes completamente creíbles por la naturalidad con la que son interpretados.
Lo de menos –al menos a mí así me lo parece– es que los protagonistas profesen religiones distintas. Lo más significativo de la película es que muestra con un realismo casi documental el dolor de las víctimas de aquellos atentados, entre las que había musulmanes, hindúes, cristianos… Un dolor igual que el de las víctimas del 11-S o del 11-M. Echo de menos en España una obra así de sincera, así de honesta y así de cruda sobre los atentados de Madrid –recordemos que es la acción terrorista más grave de la historia de Europa–. Claro que en Londres no siguen discutiendo años después sobre titadyne o mochilas y ningún periódico o emisora de radio propagó disparates en aras a una mayor tirada o a una mayor audiencia.
Terrorismo islamista: la amenaza continúa
Han pasado ya unas cuantas horas desde que saltó la noticia de la detención de catorce terroristas islamistas. Esta vez no se trata de magrebíes, como la mayoría de los activistas musulmanes detenidos en España desde el 11 de marzo de 2004. Se trata de una célula compuesta, fundamentalmente, por pakistaníes. Al parecer, forman parte de la corriente tabligh, una especie de misioneros del Islam, a la que pertenecían terroristas bien conocidos en España por su relación con las células que han actuado en España. Amer Azizi, en busca y captura desde el 2001, era miembro de esta facción del Islam.
Lo más inquietante de la operación es que en poder de los detenidos se ha encontrado material para fabricar explosivos. Al parecer, en los registros se han hallado restos de TATP, el explosivo que emplearon los autores de los atentados de Londres y Casablanca. Según ha revelado el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, los terroristas pensaban atentar de manera inminente en Barcelona. Enhorabuena al ministro, al CNI, a la Guardia Civil y a todos los participantes en esta operación, que no hace otra cosa que confirmar lo que hace tiempo que unos cuantos estamos diciendo: la amenaza islamista está muy presente en España. Más aún que antes del 11 de marzo. A los fundamentalistas no les hace falta excusas. Ayer fue Irak. Hoy puede ser la presencia española en Afganistán, el debate sobre el velo o cualquier otra cosa. Los nihilistas –empleando la calificación de André Glucksmann– no necesitan ninguna excusa para provocar la muerte y la destrucción, que es su única razón de ser. Y la operación también demuestra otra cosa. Si aún no hemos sufrido un zarpazo mortal de los islamistas es porque no han podido. Ya no se pueden traer 200 kilos de goma 2 de Asturias –sí, Luis del Pino, Jiménez Losantos, Fernando Múgica… el explosivo del 11-M se robó en Asturias–, pero fabricar explosivos está al alcance de cualquiera. Para eso están los campamentos terroristas virtuales de Internet.