El verano no es una época propicia para ir al cine. La cartelera se llena casi exclusivamente de películas para niños y con las de adultos hay que andarse precavido, así que me decidí a ver London River tras leer las críticas favorables de mis colegas y ex compañeros de trinchera en El Sol Ramón Lobo y Guillermo Altares.
Es una película corta –no llega a los 90 minutos–, que no empieza a saborearse hasta que uno lleva un rato fuera de la sala y se da cuenta de lo que ha visto. La cinta relata la peripecia de dos personas unidas en la búsqueda de sus hijos, desaparecidos tras los atentados islamistas del 7 de julio de 2005, que dejaron medio centenar de muertos en Londres. Las interpretaciones de los protagonistas son sensacionales: la campesina inglesa protestante y el guardabosques africano musulmán son dos personajes completamente creíbles por la naturalidad con la que son interpretados.
Lo de menos –al menos a mí así me lo parece– es que los protagonistas profesen religiones distintas. Lo más significativo de la película es que muestra con un realismo casi documental el dolor de las víctimas de aquellos atentados, entre las que había musulmanes, hindúes, cristianos… Un dolor igual que el de las víctimas del 11-S o del 11-M. Echo de menos en España una obra así de sincera, así de honesta y así de cruda sobre los atentados de Madrid –recordemos que es la acción terrorista más grave de la historia de Europa–. Claro que en Londres no siguen discutiendo años después sobre titadyne o mochilas y ningún periódico o emisora de radio propagó disparates en aras a una mayor tirada o a una mayor audiencia.