Un periodista novato al que la autora ni siquiera pone nombre a lo largo de 347 páginas –es, de principio a fin, «el pibe de Policiales»–, un veterano reportero de sucesos exiliado a la sección de sociedad, donde elabora noticias con absurdas encuestas, como la que relaciona el vello púbico de las mujeres y su cantidad de orgasmos, y una escritora de éxito con una desgraciada vida sentimental conforman la afortunada Trinidad de protagonistas de Betibú, la última novela de la escritora argentina Claudia Piñeiro. Y son precisamente estos personajes los que hace del libro una gran novela negra, bien alejada de los cánones del género y que ofrece una demoledora pero muy realista visión del lamentable estado en el que se encuentra mi profesión: el periodismo.
Claudia Piñeiro es ambiciosa en la construcción formal de su novela: escribe eternos párrafos en los que alterna los diálogos de estilo directo e indirecto, pero pese a esta aparente fragosidad, la trama fluye de manera natural y engancha al lector sin darle tiempo al respiro. La novela arranca con el crimen de un hombre, un año después de que su mujer fuese asesinada en circunstancias casi idénticas. Y alrededor de ese suceso es donde se dan cita esos personajes fascinantes compuestos por Claudia Piñeiro.
Uno, que ya es viejo y que lleva veinticinco años ejerciendo de reportero de sucesos, no puede evitar tener toda la empatía del mundo con Jaime Brena: pasado de peso, aficionado al alcohol y a fumarse un porro de marihuana antes de dormir, es un viejo reportero de sucesos que está pensando en jubilarse y abandonar El Tribuno, el diario que le vio crecer como hombre y como profesional. Sus desavenencias con el director del periódico –el ser más villano y miserable de cuantos aparecen en la novela– le han desterrado a las sección de sociedad y Brena pasa el tiempo haciendo absurdas informaciones basadas en aún más absurdas encuestas. Naturalmente, Brena está divorciado y a lo largo del libro piensa en varias ocasiones llenar su vacío sentimental con un perro.
El puesto de Brena en sucesos –Policiales llaman en Argentina a esa sección– lo ocupa un joven periodista, que tiene una novia con la que ve en la cama Anatomía de Grey y que cree en las primeras páginas del libro que uno se hace periodista consultando Google o buscando información en Twitter o Facebook. En una deliciosa escena que debía de leerse en primer curso de todas las facultades de periodismo, Brena le enseña a su sucesor las diferencias que tiene una herida en el cuello cuando se la produce uno mismo o cuando hay una mano criminal detrás. La lección está acompañada de un singular rapapolvo que merece la pena transcribir:
«¿Sabés cuál es tu problema, pibe?, mucho Internet y poca calle. Un periodista policial se hace en la calle. ¿Cuántas veces te escondiste detrás de un árbol vos?, ¿cuántas veces llamaste a un testigo de un crimen haciéndote pasar por el comisario Fulano de Tal?, ¿cuántas veces te disfrazaste para meterte en un lugar donde no te dejaban entrar? Acordate, pibe, mucha calle, ser entrador y mimetizarte con la situación: vos tenés que ser el ladrón, el asesino, el muerto, el cómplice, lo que haga falta para entenderles la cabeza».
Durante la novela, el pibe de Policiales hará un viaje iniciático –similar al del protagonista de Tinta Roja, de Alberto Fuget– de la mano de Brena y de los acontecimientos: se hará reportero, pero también dejará de ver en la cama con su novia Anatomía de Grey… Yo, que tuve el privilegio de tener maestros casi tan buenos como Brena, no he podido hacer otra cosa que prendarme del viejo profesor de Policiales.
La tercera pata de este cuidado banco de personajes es Nurit Iscar, alias Betibú, una escritora de azarosa vida sentimental y que se recupera del fracaso de su último libro cuando acepta escribir crónicas para un periódico sobre los crímenes acerca de los que gira la trama. Como escribe Claudia Piñeiro, Nurit, pese a tener multitud de amigas, está tan sola como el resto de los personajes del libro, pero es una soledad buscada y que reconforta cuando se encuentra con soledades parecidas.
Betibú es mucho más que una buena novela negra. Es una magnífica novela en la que la construcción y la intrahistoria de los personajes arrollan a una diabólica y muy bien resuelta trama criminal. Tras acabar Betibú no se me ocurre otra cosa que pensar que cuando sea mayor y aprenda a escribir ficción quiero crear personajes como los que crea Claudia Pilñeiro.
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Noticias desde Afganistán
Leo en los últimos días varias cosas sobre Afganistán, país en el que, recordemos, hay 1.500 soldados españoles librando una guerra contra los talibanes y, por supuesto, construyendo escuelas, hospitales y granjas. Pero, básicamente, están en una cruenta y feroz guerra contra los terroristas afganos. El reportaje que publicamos hace unas semanas en Interviú deja muy claro que aquello es una guerra en la que se muere y en la que se mata.
Leo hoy mismo que cinco menores han muerto en un atentado suicida en Kandahar. Estas noticias ya casi no ocupan espacio en los periódicos. En los seis primeros meses del año más de mil civiles han muerto en atentados perpetrados por los talibanes o en los lamentables errores de los aliados y sus bombas nada inteligentes.
Leí ayer que las tropas holandesas dejan Afganistán, donde tenían casi dos mil soldados desplegados. 24 soldados de los Países Bajos han perdido la vida en Afganistán, donde Holanda ha desarrollado una labor bastante más digna que por la que se les recuerda: Srebrenica, donde gracias a la cobardía de los casos azules holandeses, los asesinos de Mladic masacraron a 8.000 civiles. Pero, aún así, no creo que sea un buen momento para que nadie abandone Afganistán y deje a su suerte a la población.
Y en España, naturalmente, según he leído en una encuesta publicada esta semana en El País, más de la mitad –el 51%– de los ciudadanos opina que la presencia de nuestras tropas en Afganistán no es necesaria. Por supuesto. ¿Alguien esperaba otra cosa? Yo no, desde luego. Han pasado seis años de los atentados del 11 de marzo y todavía hay gente discutiendo si detrás de las bombas estuvo ETA, un célula socialista, los servicios secretos marroquíes… Pues bien, los atentados del 11-M nacieron en lugares como en los que se desarrollan ahora mismo las batallas contra los talibanes. Allí es donde nacen matanzas como las de Madrid, Nueva York o Londres. Por eso es imprescindible que los aliados sigan allí y que derroten a los talibanes.
También leo estos días el revuelo causado por Wikileaks y sus papeles sobre la guerra. Enhorabuena a la web por sus revelaciones, pero eso no es periodismo, eso es publicar papeles confidenciales que llegan de fuentes anónimas. ¿Dónde está el trabajo periodístico? Aunque, por supuesto, eso no resta ni un ápice el éxito de la web, sobre todo en lo que hace referencia a la denuncia de los abusos y los crímenes de guerra cometidos allí y que, espero, gracias a ser publicados, serán perseguidos.
Por último, veo la portada de Time que acompaña estas líneas y siento envidia por la valentía que ha demostrado el editor. Bajo el titular «Lo que pasa si nos vamos de Afganistán», aparece una poderosa imagen de Aisha, una chica afgana de 18 años a la que los talibanes cortaron la nariz y las orejas por tratar de huir de la casa en la que la maltrataban. No hay equidistancias posibles en este conflicto y así de claro lo ha visto el editor de Time. O se está con los talibanes o se está contra ellos. Y la única manera de estar contra ellos es seguir en Afganistán hasta derrotarlos.
EL PAIS cita nuestro reportaje del robo en la Biblioteca Nacional
Jesús Duva es uno de los mejores reporteros de nuestro país. Lleva ya tres décadas impartiendo magisterio de periodismo del bueno y de honradez profesional. Guarda las esencias de códigos ya casi extinguidos en nuestra profesión. Por eso hoy tenemos motivos para enorgullecernos. En la edición de hoy de El País, Jesús escribe un magnífico reportaje acerca de la recuperación en Nueva York (EEUU) de uno de los cuadros de Ptolomeo sustraídos en la Biblioteca Nacional. Además, aporta detalles nuevos sobre el modus operandi del ladrón. Y Duva tiene la elegancia de citar nuestro trabajo en Interviú esta semana para completar su reportaje con datos aportados por nosotros. Lo dicho: códigos en vías de extinción que Jesús sigue guardando.