Reflexiones (no futbolísticas) antes de la final del Mundial de Sudáfrica


No he tenido mucho tiempo para dedicarle a este espacio en la última semana, así que vayan por delante mis disculpas para los que de vez en cuando pasan por aquí buscando un nuevo post. Como muchos de los aficionados al fútbol de mi edad, esta semana ha sido especial. Estoy bastante desenganchado del fútbol. Durante muchos años fui socio abonado del Real Madrid y cada domingo iba al Bernabéu. Dejé de ir hace ya unos años y esta temporada, Florentino Pérez y su irritante política deportiva han conseguido que me dé de baja como socio.
Disfruto más como espectador de otros deportes, especialmente del fútbol americano, pero no he podido ni he querido abstraerme de la pasión por la selección española de fútbol y su actuación en el Mundial de Sudáfrica. Mis primeros recuerdos de la selección datan del famoso botellazo a Juanito en Belgrado y del gol que Rubén Cano le metió a la selección yugoslava en ese mismo partido, que nos dio el pase al Mundial 78. Desde entonces hasta la pasada Eurocopa, todo han sido frustraciones y decepciones.
Ya no. Pase lo que pase el domingo, la selección ha conseguido cosas que van mucho más allá del fútbol. Lo inmediatamente visible es que ha dinamitado ese estado de tristeza y de depresión que arrastraba el país desde hace dos años. A todo el mundo –y así debe ser– parece habérsele olvidado la situación económica por la que estamos pasando, las cifras del paro, los expedientes de regulación de empleo, de la penosa clase política que nos gobierna y de la lamentable banda que hace oposición… Todo parece detenido, congelado, a la espera de que La Roja se traiga la copa del Mundo.
Trabajo en el centro de Madrid y estos días he mirado hacia arriba con satisfacción. Las ventanas, los balcones, las puertas de los negocios… Todo está poblado de banderas de España. La gente las cuelga o las enseña sin rubor, sin complejos, mientras que se hace cada día más popular el grito de «yo soy español, español, español…». Me gusta que hayamos olvidado los tiempos en los que la bandera parecía pertenecer a la gente de extrema derecha, porque los de izquierdas se la habían dejado arrebatar, temerosos o acomplejados de lucir la enseña nacional. La bandera de España ahora ya, al fin, parece no ser patrimonio de nadie, salvo de los españoles. De todos.
En la semifinal contra Alemania, saltaron con la camiseta de la selección española un canario, un madrileño, un vasco, un andaluz, un castellano manchego, un asturiano y cinco catalanes. La clase política debía aprender de la selección cómo hacer grupo, cómo aunar voluntades y cómo pasar por encima de mamarrachadas nacionalistas o estupideces soberanistas.
Quedan dos días para que España sea campeona o subcampeona del mundo. Deseo con toda mi alma que España gane el Mundial, aunque tengo la certeza de que al día siguiente mi país será el mismo. ¿O no? Ojalá me equivoque y algo nos hayan enseñado nuestros jugadores.

Orgulloso de la portada de Interviú


No suelo hablar aquí de mi trabajo en Interviú, salvo para citar los reportajes que publicamos en la revista de la que soy reportero y adjunto al director –el orden, en este caso, es importante–. Pero esta es una semana muy especial para todos los que trabajamos en la revista. Hoy, por primera vez en 34 años, la portada de Interviú está dedicada a un hombre que ha posado para nuestra publicación. Coincidiendo con la Semana del Orgullo Gay, el presentador Jesús Vázquez ocupa nuestra portada y unas cuantas páginas de la revista, en las que representa diversos iconos cinematográficos.

Las fotos, que son espectaculares, están acompañadas de una entrevista que le ha hecho Mamen Mendizábal, y el dinero que Interviú ha pagado al presentador tiene como destino, según ha querido el propio Vázquez, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, lo que dice mucho de la clase de persona que es. Siempre estoy muy orgulloso de trabajar en esta revista, cargada de historia. Hoy, que hemos decidido darle un vuelco a la historia de la revista, también. Bajad al quiosco y comprad Interviú. Merece la pena.

Interviú adelanta los detalles de la ‘operación Carioca’


La operación Carioca lleva camino de convertirse en la mayor operación desarrollada nunca en España contra las redes de prostitución. La Unidad de Asuntos Internos de la Guardia Civil llevaba años investigando una trama centrada en Lugo y en la que participaban guardias civiles, policías nacionales, policías locales y hasta algún político, como el ex subdelegado del Gobiero en Lugo, Jesús Otero, que se vio obligado a dimitir tras verse salpicado por otro escándalo, el del sobreseimiento ilegal de multas.
Esta semana, en Interviú contamos con detalle las implicaciones de Otero en la trama. Relatamos cómo llamó a un policía para interesarse por una prostituta brasileña, novia de un concejal de Monterroso, en mayo de 2009, para tratar de retrasar su expulsión. También contamos cómo no dio curso a las denuncias que recibió en la Subdelegación que hablaban de los abusos del cabo primero Armando Lorenzo, el principal objetivo de la operación.
Esta mañana, he visto que la Cadena Ser publica en su web parte de nuestra información y con la elegancia que caracteriza a la emisora, no hace mención alguna a nuestra exclusiva. Todos los datos, en la revista Interviú de esta semana.

La herencia del Windsor, esta semana en Interviú


La herencia de la familia Reyzábal se va a dirimir en los juzgados. Varios de los hermanos, herederos de una fortuna levantada por el patriarca –Julián Reyzábal– con cines, discotecas y edificios tan singulares como el Windsor, han denunciado que uno de ellos, Julián, conocido como Juliancho, está siendo despatrimonializado por dos de sus empleados, los hermanos Youssef y Mohamed Ben Hammou, según contamos esta semana en Interviú.
Los dos hermanos han sido detenidos por la policía y están en prisión, acusados de un delito contra la hacienda pública, ya que no han rendido cuentas ante la Agencia Tribiutaria del espectacular incremento patrimonial que han tenido gracias a la generosidad de su jefe, Julián Reyzábal. La policía cifra entre 15 y 20 millones de euros el dinero que los dos hermanos, nacionalizados españoles, han recibido, mediante el cobro de talones, de Reyzábal. Mohamed y Youssef eran porteros en algunos de los locales regentados por su jefe y se habían convertido en las personas de máxima confianza de su jefe: escoltas, chóferes, assistentes. La familia sospecha que los hermanos se estaban aprovechando de Julián, un hombre soltero y solitario, y que la herencia estaba en peligro. Lo tenéis todo en el número de Interviú de esta semana.

Reflexiones de Domingo de Resurrección

Como sabéis algunos, llevo fuera de circulación unas cuantas semanas. En los próximos días regresaré a todas mis actividades habituales. Antes he tenido tiempo para observar con calma lo que pasa a mi alrededor y cómo se ha contado. Por eso, en este Domingo de Resurrección quiero compartir algunas reflexiones.

Terroristas buenos y terroristas malos. Hace unos días, me sorprendió el tratamiento que en nuestros periódicos se dio a los atentados en el metro de Moscú. En España sabemos bien lo cruel que es hacer volar unos vagones atestados de viajeros que se dirigen a sus tareas cotidianas y que nada tienen que ver con la participación de España en la guerra de Irak o con la política de sangre y fuego emprendida por Putin en el Caúcaso. Sin embargo, leí algún editorial en periódicos de Madrid en el que se intentaba dar alguna explicación a lo que no la tiene.
Cargar los muertos del metro a los dirigentes rusos y a sus despiadadas políticas en Chechenia se puede volver en contra de quien hace ese perverso razonamiento, sobre todo si se hace desde España, país en el que conocemos bien unas cuantas clases de terrorismo, Si, para colmo, unos días después aparece Doku Umarov, un autoproclamado emir del Caúcaso, reivindicando los atentados y asegurando que quiere crear un único estado islámico en la zona, los parecidos con los argumentos de Jamal Ahmidan y Serhane el Tunecino comienzan a ser inquietantes. Los muertos de Moscú son tan inocentes como los de Madrid, Nueva York, Beslan y Londres. Son víctimas de la demencia de unos iluminados nihilistas envenenados por la basura propagada desde algunas mezquitas o manipulados por personajes tan dudosos como este Umarov, que fue asesino antes de emir. Cuando esto se tiene claro, se puede comenzar a hablar de los crímenes de Rusia en Chechenia o de las víctimas de la guerra de Irak.

Desaparición y crimen inquietante. La desaparición de Cristina Martín de la Sierra tenía todos los visos de convertirse en un crimen. Era lo que hasta hace bien poco se llamaba desaparición inquietante en la nomenclatura policial, término que ha caído en desuso por las guerras intestinas entre policías y guardias civiles. Desgraciadamente, las peores previsiones se han cumplido y Cristina, una niña de 13 años, fue asesinada. Pero el caso aún es más inquietante. Tal y como adelantó ayer Informativos Telecinco –enhorabuena a los compañeros de la cadena privada–, una amiga de la víctima, menor de edad, ha sido detenida por su presunta participación en la muerte de Cristina. Otra vez volverá el debate sobre la Ley del Menor y la benevolencia con la que son tratados por ella los menores que cometen delitos tan graves como éste. Y, sospecho, tampoco esta vez nadie dará una solución. Yo tampoco la conozco.
Un último detalle me ha llamado la atención en este caso. Quizás las víctimas se han acostumbrado ya a estar expuestas ante los focos mediáticos y actúan en consecuencia. Es la única explicación que encuentro al hecho de que el padre y un hermano de Cristina compareciesen ante la prensa nada más haberse hallado el cadáver y relatasen a los medios extremos tan íntimos como la forma en la que le habían contado a la hermana pequeña de la víctima que Cristina había muerto: «Le he dicho: ‘Dios ha llamado a tu hermana y ya no la volverás a ver más’. También le he dicho que lo bueno es que el ordenador ya será para ella».