
Antes de que me sacaran a empujones de allí, pude contar torpemente –los nervios, la inexperiencia, la ineptitud del novato…– los cuerpos de lo que a mí me parecían cadáveres de guardias civiles reventados en el interior de los dos autobuses a cuyo paso ETA hizo estallar una furgoneta bomba. Han pasado treinta años desde aquella primera y penosa crónica de urgencia hecha desde el teléfono de un vecino de la zona que me abrió su puerta y me prestó su línea. Treinta años de esas imágenes que aún tengo vívidas. No solo las imágenes: el olor a muerte, el silencio de los guardias civiles que iban llegando hasta allí a intentar socorrer a quienes ya no precisaban auxilio… En aquel atentado fueron asesinados doce guardias jóvenes.
Después, en los medios en los que trabajé como reportero de sucesos –Ya, El Mundo, El Sol, Interviú…– volví a cubrir otros atentados con coche bomba: República Argentina, Dirección General de la Guardia Civil, Juan Bravo, la Plaza de la Cruz Verde, casa cuartel de Zaragoza… Acudí a funerales, hablé con familias de las víctimas. Cubrí –no tiene mérito, lo hicieron muchos periodistas– los crímenes de la fiscal Carmen Tagle, de Francisco Tomás y Valiente, de Miguel Ángel Blanco, el secuestro de Ortega Lara…. Más de la mitad de mi vida profesional la he dedicado, entre otras cosas, a contar la muerte y el dolor que ETA ha provocado en toda la sociedad española.
Mi trabajo me ha permitido el privilegio de conocer a muchas víctimas: familias de asesinados, guardias civiles y policías que perdieron a sus compañeros, y también a muchos de los que hicieron de la lucha contra el terrorismo de ETA una causa y un empeño personal. He viajado con frecuencia a Euskadi y he escuchado contar a los guardias como tenían que esconder a sus muertos, sacarlos a escondidas de la casa cuartel y vivir en el silencio –en el mejor de los casos– o la mofa de sus vecinos. He hablado con familiares de los concejales asesinados por ETA que me han contado cómo eso que llaman la izquierda abertzale apuntaba para que los pistoleros disparasen…
Insisto es que no tiene ningún mérito. Ha sido una cuestión de biología. Por nacer cuando nací y dedicarme a lo que me dedico he pasado una parte muy importante de mi carrera contando el terror de ETA igual que ahora lo hago con el terror yihadista. Pero he visto mucho terror y mucho dolor. Por eso, me niego a admitir el blanqueo de la historia o reducir todos esos años de terror a «·un confilcto». El único conflicto que había es que unos mataban y otros morían. Sí, también conocí y escribí de la guerra sucia, cuando el Estado decidió coger atajos y asesinar. No soy un negacionista. La guerra sucia y las torturas existieron, pero eso no anula los años de dolor y terror de quienes mataban, extorsionaban y secuestraban.
Digo todo esto porque en las redes sociales me encuentro siempre el mismo fenómeno: cuando hablo de ETA, recuerdo sus crímenes, pido que no se blanquee la historia, siempre hay voces que, con más o menos respeto, me piden que deje a esos muertos tranquilos y que me acuerde de los de la Guerra Civil y la posguerra. También he tenido ocasión de conocer a familias que han desenterrado o quieren desenterrar a sus muertos de alguna cuneta. Me merecen el más absoluto respeto y creo que nadie merece tener a sus ancestros asesinados en una cuneta. He tenido el privilegio de conocer al profesor Francisco Etxeberria y a los fundadores de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica y he admirado su trabajo, su lucha y su causa. Jamás se me ocurrirá blanquear el horror de los años de la Guerra Civil y el franquismo porque, aunque no lo viví, hay pruebas más que suficientes de ello. De los años del terror etarra no me hacen falta pruebas. Los viví yo mismo. Por eso, como alguien me ha dicho hoy, ETA para mí es un tema recurrente. Porque me niego a olvidar. Perdón por no haber vivido la Guerra Civil. A mí me tocó vivir el horror de ETA.
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