Si Lorenzo Silva y Paco Camarasa –propietario de la librería Negra y Criminal– coinciden a la hora de recomendar una novela negra, el margen de error es casi nulo: será una novela formidable. Así que comencé No llames a casa con la seguridad de que me iba a gustar. Tras acabarla, puedo decir que es sensacional, una de esas novelas imprescindibles para los amantes del género.
Carlos Zanón crea en este libro un mundo literario propio, original y clamorosamente desnudo, sin artificios. En su novela no hay policías, ni detectives, ni guardias civiles, ni mossos… Solo media docena de personajes banales, vulgares y tan reales que le hacen a uno revolverse en el sofá cuando se reconoce en uno de ellos.
La novela está escrita en dos planos, habla de dos mundos que arrancan en paralelo y, evidentemente, se acaban cruzando: el de Merche y Max, dos amantes furtivos. Pocas veces he visto la infidelidad tan bien retratada como en esta novela: los polvos a deshoras, el cínico remordimiento para con la pareja, la exigencia al amante que no acaba de separarse, el sexo como venganza hacia el marido engañado… La segunda trama está protagonizada por tres personajes del lumpen barcelonés: Raquel, Cristian y Bruno. Todos forman una sociedad muy saneada, gracias a las sencillas, pero eficaces extorsiones a las que se dedican. Son personajes redondos, dibujados con toda crudeza: tienen el hígado destrozado, cagan, follan sin ningún romanticismo… No tienen escrúpulos ni empatía alguna con sus víctimas, pero son capaces de amar y de proteger a los suyos como cualquier honrado padre de familia.
Zanón nos introduce en un mundo que está aquí al lado, en cualquier ciudad de España, donde hay personajes como los de su novela, donde es imposible distinguir a los buenos de los malos. Hombres y mujeres que sobreviven, que toman decisiones equivocadas, que emprenden huidas hacia delante… Está ahí fuera, pero mejor, lean No llames a casa para conocerlo. Y disfruten de la primera a la última página. Sobre todo, disfruten de ese desenlace que te hace decir en voz alta: «Joder, qué bueno es este tío». Lo dicho: de mayor quiero contar historias como las cuenta Carlos Zanón.