Hoy es 11 de marzo, una fecha que para mí está marcada en el calendario. Cada año vuelvo a esa mañana, a esas imágenes, a la tristeza que me dejó paralizado. Recuerdo perfectamente que esa noche lloré cuando acosté a mis hijos, pensando que ahí fuera había gente dispuesta a hacernos un enorme daño. Recuerdo los días siguientes, las primeras detenciones, el trabajo sin descanso de la policía, la sarta de mentiras lanzadas desde Moncloa, la jornada de Liga que nunca debió celebrarse, las nada espontáneas manifestaciones cercando la sede del PP, las elecciones, el 3 de abril, el asesinato del geo Javier Torronteras, la satisfacción de ver muertos a los terroristas… Pero, por encima de todo, recuerdo la tristeza de aquellos días que vuelve cada 11 de marzo. O que vuelve cada vez que regreso en AVE a Madrid y veo las flores de la calle Téllez. O que vuelve cuando corro por el Retiro y se me hace un nudo en la garganta cuando paso por el Bosque del Recuerdo…
Ocho años después, sigo teniendo motivos para la tristeza. Ocho años después, mi país es incapaz de mantenerse unido en la conmemoración de una tragedia como la del 11 de marzo, el peor ataque terrorista sufrido jamás en Europa. Las víctimas siguen divididas, solo un miembro del Gobierno –Alberto Ruiz-Gallardón– ha anunciado su presencia en los actos que recuerdan los atentados, los sindicatos han elegido el día de hoy para manifestarse contra el Gobierno y el atentado sigue siendo usado como herramienta política. Mi tristeza hoy aumenta porque soy periodista y creo que mi profesión dio lo peor de sí misma con ocasión del 11-M. Muchos profesionales fueron represaliados por negarse a mantener doctrinas oficiales y a otros, su postura de firmeza les supuso un alto coste. En Telemadrid y en ABC saben de lo que hablo. El 11 de marzo sirvió para que algunos pseudoperiodistas que en otros países no serían más que friquis hayan tenido tribunas en periódicos de tirada nacional, solo porque servían para alimentar las teorías conspiranoicas. Todavía hoy me he encontrado alguna portada destinada a sembrar la duda, basándose en una irrisoria encuesta que pregunta, por ejemplo, si ha quedado claro qué explosivo se utilizó en los atentados. Estoy seguro de que en EEUU la mayor parte de la población no sabe qué modelos de aviones se estrellaron contra el World Trade Center el 11 de septiembre de 2001 y no por eso se quiere echar por tierra todo lo investigado.
Aquel united we stand que surgió tras el 11 de septiembre en EEUU me sigue provocando una enorme envidia. El país entero se unió en torno a las víctimas, los atentados –pese a que, como en España, estuvieron precedidos de muchos errores de los servicios de información– no sirvieron como arma arrojadiza política y todos los norteamericanos tuvieron claro quién era el enemigo: unos tipos que, como hicieron luego en Madrid y en Londres, querían acabar con el sistema de valores en el que vivimos en esta parte del mundo. Unos tipos que, como Jamal Zougam –ese terrorista al que ahora se nos quiere presentar como un pobre inmigrante, víctima de una conspiración pergeñada, entre otros, por dos mujeres que sufrieron las consecuencias de las bombas–, aborrecen nuestro modo de vida, odian la democracia, la igualdad entre hombres y mujeres, la separación entre las leyes divinas y las del hombre…
Siento tristeza cuando pienso en Laura, una mujer que está en coma irreversible desde hace ocho años y que un periódico, el mismo de siempre, osó fotografiar y enseñar en su cama en una repugnante muestra de pornografía del dolor; siento tristeza al recordar a Javier Torronteras, el geo asesinado en Leganés, al que los amigos de los terroristas profanaron su tumba y al que algunos mal nacidos profanaron su memoria, insinuando que en el piso de Leganés nunca hubo terroristas vivos y que el inspector Torronteras fue una baja necesaria para que la conspiración cuadrase; siento tristeza al ver vapuleados a todos aquellos –policías, guardias civiles, funcionarios judiciales, jueces, fiscales– que se dejaron una parte de su vida para que España pudiese juzgar a los terroristas que participaron en la matanza y a los que se les paga con portadas como la que antes he recordado; siento tristeza cuando veo germinar la semilla del islamismo más radical en mezquitas de toda España y soy rápidamente tildado de islamófobo por los amantes de la alianza de civilizaciones cuando aviso de ello… Hoy es 11 de marzo. Y hoy, más que nunca, me gustaría vivir en un país que hoy solo recordase a sus víctimas.