Para mí, como para casi todo el mundo, al año comienza ahora, con el final de las vacaciones de verano. Los anuncios de coleccionables en la televisión y los folletos de ‘Vuelta al cole’ que me han buzoneado en los últimos días no dejan lugar a dudas. Antes de comenzar la temporada –en Interviú, en Antena 3, en Onda Cero, en Caracol Miami y en el colegio Liceo Europeo–, quiero compartir con vosotros unas cuentas reflexiones sobre noticias de las últimas semanas y esta imagen del atardecer en la playa de la Barrosa (Chiclana, Cádiz), tomada el último día de mi estancia allí.
WIKILEAKS Y EL PERIODISMO. Leo hoy este reportaje en El País acerca de Wikileaks, la web que ha difundido en la red miles de documentos confidenciales sobre las guerras en Irak y Afganistán. Lo he dicho aquí alguna vez y lo repito: Wikileaks no hace periodismo, se limita a publicar documentos sin contextualizarlo y sin criterio periodístico alguno. Es decir, la misma importancia le da a un papel sin ninguna trascendencia –una comunicación rutinaria–, que a un informe jugoso que a un documento que puede poner en peligro la vida de una persona.
Yo, como tantos otros reporteros, manejo muchas veces sumarios judiciales, diligencias policiales, informes de todo tipo. Antes de publicarlos, hacemos un trabajo periodístico: leemos con atención, desmenuzamos, seleccionamos lo importante, desechamos lo que pueda causar un daño o un perjuicio innecesario –y me refiero a aparentes nimiedades como números de teléfono, de DNI o direcciones particulares–, es decir, pasamos esos documentos por el tamiz del periodismo, algo que ni de lejos hace Wikileaks. Es cierto que hay veces que no hace ninguna falta: cuando la misma web publicó las imágenes de la matanza perpetrada desde unos helicópteros norteamericanos, aplaudí su difusión.
Sé que Wikileaks cuenta con el aplauso de muchas colegas, precisamente ahora, cuando en España se habla de la tan ansiada ley de transparencia informativa, pero soy de los escépticos en torno a fenómenos como éste, igual que lo soy respecto a cosas como el llamado periodismo ciudadano. El periodismo debe ser hecho por profesionales, por periodistas. Otra de la cosas que me hacen desconfiar de Wikileaks es su opacidad, que contrasta con la transparencia que exige a todos. Nada se sabe de su financiación y en cada uno de los países en los que opera lo hace bajo una apariencia jurídica distinta.
Sigo creyendo en el periodismo, en el buen periodismo, al margen del soporte en el que se desarrolle. Creo que los buenos reporteros sobrevivirán a Wikileaks, al periodismo ciudadano y hasta a los propietarios de los medios de comunicación.
EL DÍA QUE CONOCÍ A CARLOS MENDO. Buen periodismo era el que hacía Carlos Mendo, fallecido hace unas semanas. Empecé a seguirle cuando era corresponsal de El País en Reino Unido y Estados Unidos. En los últimos años, le escuchaba de vez en cuando en Hora 25 y esperaba casi con devoción que sus artículos apareciesen en las páginas de internacional de El País, un diario al que los textos de Mendo enriquecían de una manera muy especial. Sus artículos sobre las elecciones norteamericanas, sobre las guerras de Irak y Afganistán o sobre los recientes comicios en Reino Unido eran un dechado de conocimiento de la historia y las instituciones y una deliciosa y continua toma de partido, casi siempre a contrapelo de la de los editorialistas de su periódico, lo que convertía los artículos de Mendo en un oasis de incorrección política.
Tuve la inmensa fortuna de conocer a Carlos Mendo en la sede de Sogecable. Fue en los primeros meses del año pasado, cuando yo colaboraba en Las Mañanas de Cuatro, en el que él participaba en la tertulia política. Allí, en la sala de invitados, donde se espera a entrar en el plató, me acerqué a él y con el mismo nerviosismo que el chaval que le pide un autógrafo a un cantante o a un futbolista al que idolatra, crucé unas palabras con él. Le dije que tenía que escribir más, que era una gozada leerle, que cada uno de sus artículos era una lección… «Dile eso a los responsables de mi periódico, que no quieren que escriba demasiado», me contestó con socarronería. Fue un placer conocerle y, sobre todo, leerle.
SIEMPRE LA GUARDIA CIVIL. Admiro profundamente a la Guardia Civil como institución y a muchos de sus agentes, entre los que cuento con buenos amigos. Creo que nuestro país no ha saldado aún la deuda que tiene con ese Cuerpo –como tampoco lo ha hecho con la Policía–. Desde hace décadas, muchos de sus hombres y mujeres han caído para que nosotros seamos un poco más libres. Fueron y son el objetivo preferido de los asesinos etarras y en el País Vasco ellos y sus familias han sido despreciados, insultados y vilipendiados, enterrados a escondidas y han sufrido un acoso insoportable para cualquiera que no esté hecho de la pasta de la que están hechos ellos. Por eso, me llaman tanto la atención las palabras de Alberto Moya, secretario general de la AUGC. Tras el asesinato de dos agentes de la Guardia Civil en Afganistán, dice que el Cuerpo tiene que retirarse de allí porque no está garantizada su seguridad. Menos mal que este Moya no mandaba en la Guardia Civil en los tiempos en que los agentes morían asesinados en dos en dos o sus casas cuarteles eran voladas de manera casi sistemática por toda España. Nadie garantizaba entonces la seguridad de la Guardia Civil y allí siguieron, en primera línea, combatiendo a los que querían acabar con nuestras libertades y con nuestro estado de derecho. Igual que siguen ahora, pero a miles de kilómetros, donde se crían y se forman los criminales que amenazan ya desde una década nuestro sistema. El capitán Galera y el alférez Bravo también murieron para que vosotros y yo siguiésemos disfrutando de nuestra libertad.