Dos días después de la detención de Joaquín El Chapo Guzmán, el responsable del cartel de Sinaloa, una de las organizaciones criminales más poderosas del planeta, las autoridades mexicanas han facilitado numerosos detalles de su captura y de las investigaciones que terminaron con el caudillo de Sinaloa esposado por los comandos de la Marina. Y cada uno de esos detalles sirve para desmitificar al narco mexicano que dejó en ridículo hace seis meses a su Gobierno, protagonizando una espectacular fuga de la prisión de máxima seguridad de El Altiplano.
Las primeras imágenes de El Chapo esposado, gordo, sucio, en camiseta de tirantes, en una habitación de un motelucho de mala muerte, fueron un buen golpe asestado por la propaganda del Gobierno de Peña Nieto al narco. Ese tipo de aspecto insignificante es el mismo que durante seis meses –los que mediaron entre su fuga de El Altiplano y su detención– ha tenido en jaque a todo un Estado, que finalmente le ha cazado donde él se sentía más seguro, en Sinaloa, allí donde era casi un señor feudal y donde una delación se pagaba con la muerte.
Durante estos meses, los servicios de inteligencia mexicanos y estadounidenses han rastreado todas y cada una de las pistas que Guzmán y los suyos han ido dejando, que son más de las esperadas gracias al ego y a la vanidad de El Chapo, tan común en tantos criminales. El jefe del cartel de Sinaloa no quería ser menos que Pablo Escobar, el responsable del cartel de Medellín, y quería su propio biopic, la historia de su vida llevada a las pantallas del cine o la televisión. Él mismo se estaba encargando de las gestiones para contratar a técnicos y actores.
Pablo Escobar ha protagonizado varias películas y series, la última de ellas, Narcos, una producción de Netflix que he visto estos días. La serie es un muy buen retrato de lo que fue el cartel de Medellín y la Colombia a la que Escobar quiso doblar el pulso. La serie utiliza de hilo conductor y de narrador a uno de los agentes de la DEA que contribuyeron a la caza de Carlos Lehder, Rodríguez Gacha o el propio Escobar… Los inicios del bandido antioqueño, el nacimiento del cartel, el intento de Don Pablo de entrar en política, los años del narcoterrorismo, el asesinato del candidato presidencial Galán, el trato del presidente Gaviria con el narco y su confinamiento en la prisión-residencia de La Catedral… La primera y única temporada estrenada hasta la fecha finaliza cuando Escobar se fuga de la cárcel. El final de la serie y de la vida del narco es bien conocido: Escobar murió acribillado por los militares del Bloque de Búsqueda cuando intentaba huir por los tejados.
La serie Narcos tiene como uno de sus principales activos la interpretación de Wagner Moura encarnando a Escobar. El actor llena al personaje de matices y, sobre todo, le da la dimensión humana al mito: Escobar era un tipo despreciable, lleno de complejos y con una crueldad sin límites, muy alejado del Robin Hood de Antioquía por el que pasó en un momento de la historia.
Escobar y El Chapo tienen mucho en común: dirigieron dos organizaciones capaces de echar un pulso a sus gobiernos, practicaron el narcoterrorismo, su principal temor era ser extraditados a Estados Unidos… Tras la fuga de El Altiplano, pensé que El Chapo iba a tener el mismo fin que el bandido antioqueño: acribillado por las balas del ejército para acabar de una vez por todas con esa leyenda de intocable que parecía rodear a Guzmán. Sin embargo, la Marina capturó al capo mexicano sano y salvo y el Gobierno de Peña Nieto se ha anotado un importante tanto al poder enseñar al narco esposado y no acribillado por las balas de sus soldados. Un Chapo pudriéndose en una cárcel mexicana o, mucho mejor, norteamericana, da lugar a menos leyendas que un Chapo muerto.