No ha habido piedad ni resquicio para las dudas. Siete mujeres y dos hombres –los componentes del jurado popular– han decidido por unanimidad que José Bretón asesinó a sus dos hijos y los quemó en su finca. Y que lo hizo por venganza a su mujer. Y que empleó fármacos para dormir o matar a sus hijos. Y que hizo acopio de gasóleo para preparar la hoguera en la que ardieron –no se puede establecer si aún con vida o ya muertos– los dos niños. Así de frío y de terrible a la vez será el relato de hechos probados que elabore el juez Pedro José Vela cuando redacte las sentencia, basada en el veredicto conocido hoy.
No quiero hablar de vericuetos jurídicos, de la cadena de custodia, de la muestra número ocho o de los huesos que se fueron de copas (Josefina Lamas dixit)… Los recursos del abogado de Bretón hablarán de todo eso. Hoy he visto a José Bretón por última vez. Su mirada no era hoy la que taladraba testigos, la que intimidaba… Hoy era una mirada perdida, la mirada con la que miraba su futuro, un futuro de casi dos décadas entre rejas, que es lo que le esperará cuando el juez redacte la sentencia que casi con seguridad le condenará a 40 años de prisión.
Hoy también hemos visto a Ruth Ortiz, la madre de los niños. Los focos se han dirigido a ella por última vez. Y he pensado qué ocurrirá cuando todos nos vayamos de Córdoba, cuando las luces se apaguen aquí y todos apuntemos hacia otra tragedia, cuando este juicio sea un recuerdo, cuando Bretón se está pudriendo en una cárcel… Cuando ocurra todo eso, el dolor de Ruth Ortiz seguirá siendo difícil, imposible de imaginar.