José Bretón se ha levantado de su asiento, ha ofrecido sus manos al policía para que le engrilleten y se ha echado unas risas con su abogado. «Ha estado bien», ha parecido decir instantes antes de salir camino del furgón que le devolvía a la cárcel. José Bretón estaba muy contento después de escuchar el testimonio de Josefina Lamas, la antropóloga forense protagonista de este proceso. A Bretón le ha debido hacer mucha gracia que la antropóloga dijese que «había oído», que «le habían dicho» que «los huesos se fueron de copas», es decir, que el doctor Francisco Etxeberría vio los resto de las Quemadillas en «un bar, un restaurante o un local de restauración» antes de hacer su examen oficial. Y es que la doctora, una eminente antropóloga con más de 30 años de experiencia, ha decidido poner en marcha el ventilador después de reconocer su error, tras ser «iluminada» por una vértebra que el profesor Etxeberría recogía en su informe y que ella misma había sacado de la hoguera. Ha aceptado el error y a partir de ahí ha decidido saldar cuentas: el comisario Piedrabuena no le dejó llevarse los restos a Madrid; el comisario Pacheco no la quería dejar entrar en el despacho en el que Etxeberría analizaba los huesos; la hoguera fue manipulada en las primeras horas de la investigación; la jefa de Homicidios no le dejó quemar dos cerdos; los restos de las Quemadillas no estaban en un armario bajo llave… y ha oído decir que el profesor Etxberría hace dictámenes en bares. Confieso que me ha sorprendido la reacción de Josefina Lamas, una reacción que atribuyo, en parte, al insólito interrogatorio al que la ha sometido Reposo Carrero, la abogada de la acusación particular, empeñada en convertir a la perito antropóloga en otra acusada del proceso. Y eso que desde el primer momento se su testimonio –como ha percibido muy bien la fiscal– se ha puesto a remar en el mismo sentido que las acusaciones: lo que había en la hoguera eran restos de dos niños y los mismos huesos que ella recogió de la hoguera fueron los que vio el profesor Etxeberría, ha dicho la doctora Lamas en un testimonio que no era sino otro clavo más en el ataúd de Bretón.
He intentado imaginar la escena de Francisco Etxeberría examinando restos humanos en un bar y se me hace complicado imaginarlo. Máxime hoy, después de ver su exposición. Dos horas en las que un silencio sepulcral, casi reverencial, ha acompañado su clase magistral ante el jurado. El profesor ha explicado, empleando más de un centenar de fotografías, que en la hoguera ardieron dos cuerpos de niños de dos y seis años. Su exposición, pedagógica, digerible para cualquiera, ha dejado muy poco lugar a la especulación. Ha demostrado que los huesos que él vio fueron los mismos que su colega, la doctora Lamas, sacó de la hoguera. Incluso, en una alarde de humanidad, ha disculpado a la antropóloga, a la que ha dicho que respetaba profundamente: «el error se pudo deber a la falta de experiencia en el examen de huesos incinerados». Horas después, la antropóloga insinuaba que él veía restos humanos en los bares.
Pero, por mucho que se empeñe la doctora Lamas, hoy no ha sido el día del cotilleo, ni de los ajustes de cuentas. Hoy ha sido el día de la ciencia. Y la ciencia no ha ayudado mucho a José Bretón. No entiendo de qué se reía.