Hoy ya no era José, ni siquiera Bretón –como le llamaba la abogada de la acusación particular–, hoy era «el acusado». Ruth Ortiz ha declarado en la tercera sesión del juicio por la muerte de sus hijos a solo un metro de distancia del procesado, separada de él por un biombo. Ha hecho Ruth todo lo posible por presentar a José Bretón como el monstruo de las Quemadas: rencoroso, vengativo, arisco, controlador, un asesino en potencia…. No se ha ahorrado un solo calificativo y ha puesto especial celo en deshumanizarle, hasta le ha quitado el nombre: era solo «el acusado».
Dice mi compañera Cruz Morcillo –que de esto sabe bastante más que yo– que Ruth es una maltratada de manual: «había normalizado comportamientos de él, estaba anulada, triste, infeliz, ni siquiera se puede calificar de vida lo que tenía junto a él». Son algunas de las perlas que Ruth ha dedicado al que un día fue su marido, al que hoy es solo «el acusado», como si quitándole el nombre pudiese borrar también lo que hizo. Y lo que hizo, Ruth lo tiene claro: «¿Tiene alguna duda –le ha preguntada su abogada– de que sus hijos están en unas cajas de cartón en los alrededores de este juzgado?» «No, ninguna duda».