Londres era mi tercer maratón. En el que más, aunque a una menor velocidad, kilómetros había hecho. El primero en el que las lesiones –que se cruzaron en mi camino en las preparaciones de Nueva York y, sobre todo, Berlín– me respetaron las 16 semanas de entrenamiento específico. En el que me sentía con la mente más despejada, probablemente porque no tuve tiempo ni de ver el recorrido de la carrera hasta que 40 horas antes de la salida lo miré en el avión que me llevó a Londres. Y realmente fue mi mejor maratón: no solo por el tiempo –soy un viejo trotón que con mi 4.21 de MMP me quedé tan feliz como el etíope Kebede, que llegó algo más de dos horas antes que yo y ganó la prueba–, sino por las sensaciones que tuve durante toda la carrera, por el ambiente y porque Londres es el mejor maratón de los tres en los que he participado. Y lo escribe un absoluto enamorado de Nueva York, su ciudad, su gente y su maratón.
La animación en Londres es casi tan ruidosa y numerosa como en Nueva York. Los londinenses se lanzan a la calle a celebrar ‘su’ maratón. Lo consideran un día importante, en el que deben mostrar la grandeza de su ciudad a las decenas de miles de personas que hemos elegido Londres para correr. Gritos de ánimo, orquestas, gente que saca comida y bebida de sus casas, fiestas específicas para recibir el paso del maratón por sus calles… En algunos tramos del maratón de Londres rememoras los tramos más bulliciosos del paso del maratón neoyorquino por Brooklyn. Cuando ves a esos cientos de miles de personas en las calles, orgullosos de su carrera, te explicas que quizás Madrid no merezca ser sede olímpica.
La organización está un punto por encima de Nueva York y Berlín. La llegada a Greenwich –el punto de partida–, la feria del corredor y la salida son increíblemente fluidas en una carrera en la que participamos 37.000 personas y eso pese a que los atentados de Boston hicieron incrementar las medidas de seguridad. Y el recorrido es muy atractivo y entretenido. No hay esas interminables rectas de Nueva York, sino que es más sinuoso, con momentos tan maravilloso como el paso por el puente de Londres o el final en The Mall, junto a Buckingham Palace. Los avituallamientos de agua –¡dan botellas con tapones retráctiles!– bebidas isotónicas y geles son perfectos y hay varias duchas durante el recorrido. El final –con entrega de medalla y photo call para los finishers incluido– y la salida de la zona de meta es mucho más rápido que el laberinto de Central Park.
Londres 2013 tuvo un componente muy especial. La inmensa mayoría de los corredores llevamos un crespón negro en homenaje a los fallecidos en el atentado de Boston y la inmensa mayoría de nosotros tuvimos el corazón encogido durante los 30 segundos de silencio que guardamos justo antes de la salida. Y en la meta, muchos miramos al cielo y volvimos a pensar aquello de que quien quiera atentar contra el espíritu humano, elige mal si su objetivo son los maratonianos. Volveremos a correr sin miedo.