El diario El País ha dedicado hoy un pequeño espacio en su portada a una noticia de una docena de líneas con el siguiente titular: «Muertos por dentelladas de perros». El subtítulo –«Una mujer de Huelva es la última víctima»– sirve para aclarar que no se trata de un múltiple crimen protagonizado por canes, sino que en el reportaje de las páginas interiores se recopilan varios casos de ataques mortales de perros.
Una sucesión de noticias parecidas a las que estamos viendo en los últimos días, especialmente la muerte de un niño a manos de un dogo argentino, dio pie en 2002 a un nefasto real decreto del Ministerio de Agricultura que establecía un catálogo de razas potencialmente peligrosas y que establecía una serie de normas de obligado cumplimiento a los propietarios de estos perros, un decreto insuficiente y mal parido desde sus primeros pasos.
Da la impresión, como en tantas otras cosas, de que los perros actúan movidos por un extraño influjo, que les hace morder a todos a la vez en determinadas épocas. No es así, naturalmente, sino que nosotros, los periodistas, somos los que creamos estas mareas, como dice un buen amigo y compañero, dando espacio y eco a hechos que suceden en cualquier época y creando eso que se llama alarma social.
No sé si el legislador va a volver a actuar No me extrañaría, teniendo en cuenta lo que le gusta a este legislador promulgar leyes a golpe de titulares. Lo cierto es que, en efecto, hay cientos de perros en manos de personas que no están preparadas para ello. Soy propietario de perros desde hace más de veinte años. He tenido rottweilers –una pareja, Riggs y Lúa– maravillosos, pero jamás aconsejaría a nadie que se comprase un rottweiler si va a ser su primer o su segundo perro. Y jamás dejaría a un par de perros de esta raza solos en uan finca, porque los rottweiler son verdaderas máquinas de matar si no están lo suficientemente educados. Lo mismo que un pastor alemán o un pastor belga, pero con mucha mayor potencia, mordedura y resistencia.
El problema no es el perro. Igual que para llevar una pistola semiautomática hay que tener claro dónde está el seguro o para conducir un Ferrari de 500 cv hay que saber lo que se tiene entre manos, para ser dueño de un rottweiler, un fila, un presa canario, un pitbull o tantos otros perros hay que ser muy consciente de lo qué son esas razas. Lo peor que le puede pasar a una raza es que se ponga de moda. Hace 20 años, alguien decidió que el rottweiler era un perro para cualquiera: aparecieron criadores sin escrúpulos –que no hicieron la más mínima selección de carácter– y dueños con ninguna experiencia que creyeron que tenían un labrador con algo más de mala leche.
No soy partidario de criminalizar ninguna raza. Si los taurinos argumentan que sin lidia no habría toro de lidia, apliquemos la misma máxima para rottweilers, filas, akitas… Son perros de utilidad. Pregunten en las secciones caninas de policía o Guardia Civil qué perros son más eficaces para disolver un disturbio o en los latifundios brasileños qué raza es capaz de suplir a una docena de guardias. Pero, evidentemente, que nadie pretenda convertir a un pitbull en lazarillo o a un rottweiler en el perro indicado para un novato.