El 18 de diciembre de 2008, cuatro pistoleros asesinaron a Alfonso Díaz Moñux, un abogado que se había hecho en poco tiempo un hueco en el proceloso mundo del Derecho Penal. El letrado había formado parte de equipos jurídicos que habían defendido a personajes del hampa tan significados como Zakhar Kalashov o José Manuel Prado Bugallo, Sito Miñanco. Además, mantenía una relación sentimental con la abogada gallega Tania Varela, que había sido letrada y novia de David Pérez Lago, uno de los hijos de la fallecida mujer del narco Laureano Oubiña, Esther Lago. David Pérez ha sido detenido en varias ocasiones por traficar con cocaína y heroína y por blanqueo de dinero, delito del que también ha sido acusada Tania, que fue testigo del crimen de su pareja.
El asesinato del abogado coincidió en el tiempo con el de Leónidas Vargas, el capo colombiano al que ultimaron en su cama de un hospital madrileño. Los dos asesinatos llevaban la firma del crimen organizado. Y los dos han quedado resueltos, aunque, eso sí, parcialmente, por la Brigada Provincial de Policía Judicial de Madrid.
Tanto los autores materiales de la muerte de Vargas –un curioso narco que cantaba corridos y que incluso grabó algún disco– como los que mataron a Alfonso Díaz Moñux están detenidos. Pero ni en un caso ni en el otro se sabe quién estaba detrás de los sicarios que ejecutaron el asesinato. Vargas se había labrado tantos enemigos a lo largo de su vida que la lista de sospechosos era inacabable. En el caso del letrado, los candidatos eran menos, pero igual o más poderosos. Los investigadores repasaron la agenda profesional de la víctima y comprobaron pronto que Díaz Moñux se había convertido en uno de esos abogados que trabajan en un filo muy estrecho, en el que tan pronto se es asesor legal como cómplice de alguno de los delitos que cometen sus clientes. Le pasó lo mismo a Rafael Gutiérrez Cobeño, abogado de la banda de Los Miami, y asesinado a tiros a la puerta de su despacho en un crimen aún sin resolver. Cuando un letrado se mueve en esos filos o cobra emolumentos de siete cifras por tratar de sacar de la cárcel a hampones, su esperanza de vida se acorta sustancialmente.
Los cuatro sicarios detenidos por la muerte de Díaz Moñux guardarán silencio, como hicieron los que mataron a Vargas. Un silencio bien pagado. Un silencio que les asegurará una buena vida dentro de prisión y fuera de ella, por mucho que tarden en salir.