Rebecca y Daniel Smith, de cinco años y once meses, reposan desde hoy en un nicho del cementerio de Lloret de Mar (Girona). Unas treinta personas, a las que jamás vieron en sus cortas vidas, han asistido a su sepelio, que sólo ha sido posible gracias al dinero aportado por el Ayuntamiento de la localidad. Rebecca y Daniel eran los hijos de Lianne y Martin. Ella los asesinó el 18 de mayo en un hotel después de que su marido fuese detenido y extraditado a Inglaterra, donde estaba reclamado por delitos de pederastia.
Es el último capítulo de una historia terrible. Pocas cosas aterran más que la escena de una madre estrangulando a sus hijos. Y eso es lo que ocurrió en Lloret de Mar, cuando Lianne –que culpaba de su situación a todo el mundo menos al verdadero responsable, su pareja, Martin– decidió que la mejor salida para ella y sus hijos era matar a los pequeños, ante el temor de que los servicios sociales británicos se los arrebatasen.
Una sociedad que es incapaz de proteger a sus menores es una sociedad enferma. Muy enferma. Y una sociedad que permite que dos criaturas asesinadas sean enterradas gracias a la caridad de un ayuntamiento es una sociedad enferma. ¿Lianne y Martin no tienen familia? ¿No hay abuelos, tíos… con una pizca de piedad? ¿Los servicios consulares británicos sólo están para dar cócteles? Qué asco. Qué pena.