El crimen de un guardia civil en Granada me ha traído a la memoria la muerte del policía Fernando Roncero, asesinado en 2001 dutrante un atraco en Móstoles por un delincuente que disfrutaba de un permiso penitenciario, tras matar quince años antes a un empleado de un banco. El asesino de Roncero, como el del guardia civil José Manuel Arcos, es una rata que se cuela por los agujeros del sistema.
(publicado originalmente el 10.06.2014 en zoomnews)
Una mañana de julio de 2001, Fernando, policía nacional de 44 años, salió de su casa para incorporarse a su trabajo, en la comisaría de Móstoles (Madrid). Ni su esposa ni su hija, de 20 años, prestaron especial atención a aquella mañana, que iba a ser la última de la vida del agente. Poco antes de las dos de la tarde, el coche zeta en el que Fernando y su compañero prestaban servicio fue alertado: había sonado la alarma en una sucursal de La Caixa. Los dos policías se acercaron a la oficina. Desde fuera todo parecía normal, así que entraron a preguntar. Allí, dos tipos los recibieron a tiros. Fernando se llevó cuatro balazos que acabaron con su vida. Pocos minutos después y tras un intenso cruce de disparos, uno de los atracadores resultó herido y el otro fue arrestado.
La hija y la mujer de Fernando leyeron aquellos días de 2001 que Eduardo Camacho y Miguel Alberto Fernández disfrutaban de un permiso penitenciario el día que asesinaron al policía. Leyeron que Camacho cumplía 38 años de prisión por matar, 15 años antes –en 1986–, a Manuel Jesús Cases, de 29 años, empleado de un banco en Alicante, y que Fernández cumplía 32 años por diversos delitos y tenía nueve causas abiertas en distintos juzgados. Los dos estaban ingresados en la prisión de Navalcarnero, donde los responsables de la junta de tratamiento habían desaconsejado esos permisos porque los dos internos seguían siendo un peligro para la sociedad. Pese a ello, unos jueces armados con la espada del garantismo y enarbolando la bandera de la reinserción concedieron los permisos que sirvieron para acabar con la vida del policía.
La vida siguió para la familia del policía Fernando. Seguramente no se enteraron de que en 2008, siete años después del asesinato del agente, Eduardo Camacho Chacón volvió a salir de prisión con un permiso, pese a los veinte años de condena que le cayeron por la muerte del policía. Aprovechó el tiempo, porque fue detenido por el grupo de Atracos de la Brigada de Madrid, acusado de otro atraco. Cinco años después, en 2013, y pese a acumular condenas de medio siglo, Camacho Chacón ya disfrutaba del régimen abierto que le permitía salir de la cárcel a diario y regresar a dormir. El delincuente dedicaba su jornada a juntarse con sus viejos colegas de Comillas, en Carabanchel, y planificar nuevos golpes.
El Grupo de Atracos de la Brigada le vio vigilando diversos bancos y centró a sus nuevos compinches: Antonio Maya y Javier Jimeno, veteranos atracadores. La banda asaltó una sucursal bancaria el pasado 16 de agosto de 2013 en Madrid. Las cámaras de la entidad grabaron a dos de los asaltantes con los rostros cubiertos por máscaras como la que lleva el protagonista de V de Vendetta y de oso. Los investigadores siguieron, vigilaron y fotografiaron a Camacho Chacón para comparar su aspecto con el del tipo que se veía en las imágenes grabadas por las cámaras de seguridad y concluyeron que su banda era la autora del atraco.
Desde el verano, la operación Vendetta era una de las prioridades del grupo de Atracos. Los agentes sabían que Camacho Chacón, de 57 años, y ya en libertad, lo volvería a intentar. Es una rata, un delincuente que desde los años setenta del siglo pasado no ha hecho otra cosa distinta a delinquir, que se había colado una y otra vez por los agujeros que tiene nuestros sistema para salir de prisión y volver a delinquir. El pasado viernes, el grupo de Atracos supo que era el día. Camacho Chacón y Montes, El Gitano, intentaron asaltar un banco, pero algo salió mal y se marcharon de vacío. Cuando estaban en su coche y se creían a salvo, media docena de policías del GEO cayó sobre ellos: les reventaron los cristales del vehículo y les engrilletaron en segundos, sin darles tiempo a coger la pistola que llevaban encima.
Casi al mismo tiempo, otro grupo del GEO asaltaba la casa del tercer miembro de la banda, Javier Jimeno, que ni siquiera pudo agarrar el arma cargada y montada que tenía en la mesilla. En poder de los atracadores se recuperaron las máscaras que emplearon en el atraco de agosto. Eduardo Camacho Chacón tendrá que responder ante la Justicia por otros dos asaltos y seguirá buscando los agujeros del sistema por los que colarse.
Cuando Camacho Chacón estaba esposado, el jefe del grupo de Atracos hizo una llamada: marcó el número de la hija del policía asesinado por el delincuente en 2001. Trece años después, aquella veintañera que despidió a su padre esa mañana de julio es inspectora de policía y dedica su vida a poner a buen recaudo a ratas como las que mataron a su padre mientras cumplía con su deber.