La Pringue

Manuel Marlasca


Imagine

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Imagine que una mañana, su hijo se despide de usted para irse a la universidad. Le da un beso, como cada mañana, y le desea un buen día. Cuando va camino de su trabajo, oye en la radio que en la estación de Atocha, el destino de su hijo, han estallado varias bombas, que han afectado a unos cuantos trenes, que hay víctimas mortales. Imagine que llama una y otra vez al teléfono de su hijo, que no le contesta. Que en la radio escucha que la línea afectada es la que su hijo utiliza a diario. Imagínese recorriendo hospitales, llamando sin parar a los amigos de su hijo y a los compañeros de clase. Todos le dicen que no saben nada de él.
Imagine que a media tarde confirma lo que no quería creer en esas horas de desesperación, que el cuerpo de su hijo está en un gigantesco depósito. Imagine que tiene que identificar el cuerpo y los efectos de su hijo. Imagine que en las horas siguientes, unos y otros utilizan la vida de su hijo y la de otras 190 personas para obtener réditos políticos de cara a unas elecciones que a usted no le importan nada. Imagine que tres semanas después, se entera de que los asesinos de su hijo son cercados en un piso, que un subinspector de policía muere en el asalto en el que los terroristas acaban con sus miserables vidas y se llevan por delante la del agente. Imagine que, en lugar de honrar como un héroe a ese policía, su tumba es profanada y once años después, nadie ha respondido por ello.
Imagine que durante varios años tiene que leer y escuchar cosas como que las víctimas del atentado en el que murió su hijo no quieren conocer la verdad, que están al servicio de un partido político, que formaron parte del escenario necesario para un golpe de estado. Imagine que en el juicio en el que se sientan en el banquillo los asesinos de su hijo, algunas acusaciones trabajan más como abogados defensores, al servicio de teorías conspiratorias, que como verdaderos acusadores.
Imagine que en las Cortes de su país se crea una comisión de investigación en la que, lejos de querer acercarse a la verdad o de sacar conclusiones para que no haya más padres como usted, los políticos continúan empleando a su hijo y al resto de víctimas como armas arrojadizas. Imagine que tiene que aguantar ver en esa comisión al presidente del Gobierno que les mintió aquellos primeros y terribles días con una actitud arrogante y chulesca. Imagine que ve a los representantes del que entonces era el partido de la oposición empeñados en vincular la muerte de su hijo a la intervención en una guerra, cuando la decisión de organizar una matanza en España estaba tomada mucho tiempo atrás.
Imagine que, aún con sentencias firmes, algunos medios y comunicadores siguen cuestionando las investigaciones policiales y judiciales que sirvieron para arrojar luz sobre la muerte de su hijo y que incluso claman por la inocencia de los que fueron condenados con todas las garantías que les dio el estado de derecho que ellos quisieron destruir.
Imagine que una tarde de viernes, las noticias que llegan de París le hacen revivir aquella mañana en la que su hijo se despidió de usted por última vez. Imagine que ese atentado da pie a los conspiranoicos de siempre a decir que no hay una sola prueba de que su hijo muriese a manos de terroristas yihadistas, sino que fue parte del atrezzo de una puesta en escena urdida por un entramado que ni siquiera ellos aciertan a decir.
Imagine que una mañana quiere volver al lugar en el que murió su hijo, quiere leer su nombre junto al de otras tantas víctimas, quiere ver los mensajes que los ciudadanos de un Madrid roto de dolor dejaron aquellos días. Imagine que se encuentra ese memorial tirado en el suelo, cerrado desde meses atrás por el abandono y la desidia de unos políticos que ya no van a sacar rédito de la muerte de su hijo.

Imagine todo eso. Exactamente eso es ser víctima de los atentados del 11 de marzo de 2004.



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