‘La pringue’ y el asesinato de Leónidas Vargas


«No quiero morir en la cárcel», le dijo Leónidas Vargas a sus allegados cuando llevaba unos meses ingresado en una prisión madrileña, tras ser detenido en 2006 por la Brigada de Policía Judicial de Madrid. No era una petición de clemencia, sino una oferta para colaborar con la Justicia a cambio de la información de la que disponía, acumulada durante las décadas que llevaba el Rey de Caquetá dedicado al negocio del narcotráfico. Lo contamos en este reportaje de Interviú. Agentes de la DEA acudieron a visitarle a la cárcel y poco después logró salir de prisión y ser recluido, primero en su casa y luego en un hospital, donde fue asesinado por un grupo de sicarios en enero de 2009. Ayer mismo, un tribunal popular dictaminó que los siete procesados por su muerte eran culpables.
Lo que el juicio no ha aclarado, como era de esperar, es quién estaba detrás del encargo, quién pagó para acortar la vida del último compañero de generación de los Rodríguez Orejuela, los Ochoa, Pablo Escobar… Eran muchos sus enemigos y muy poderosos, como Víctor Carranza, El Esmeraldero o Iván Urdiola, La Iguana, dos de los que habían puesto precio a su cabeza años atrás. Al crimen de Leónidas en Madrid le siguieron el de su hermano y su novia en Colombia y la petición de un hijo de El Viejo de alto el fuego. Las cuentas ya estaban saldadas y no era necesario que corriera más sangre.
La osadía y la profesionalidad con la que se perpetró el asesinato de Leónidas Vargas hizo pensar a algunos que Madrid se podía convertir en Medellín, que los ajustes de cuentas se sucederían por las calles de la capital con la impunidad con la que ocurrían hace unos años en la capital de Antioquía. Pero no es así. El grupo de Homicidios de la Brigada de Policía Judicial, de la entrañable pringue, hizo su trabajo y detuvo a los responsables de la muerte de Vargas tras una compleja investigación. Igual que años atrás, la Sección de Estupefacientes de la pringue detuvo a Leónidas. Todavía recuerdan allí cómo El Viejo repartía los discos de narcocorridos que grabó en la cárcel –como el que aparece en la ilustración– o como hizo traer café colombiano y salmón para los policías que le arestaron, como contamos en este otro reportaje de Interviú.