Gilad Shalit es un joven soldado israelí que lleva cinco años secuestrado por Hamás. Unos milicianos cruzaron la frontera desde Gaza a través de uno de los túneles que comunican la franja ocupada con Israel y atacaron el puesto fronterizo en el que Shalit prestaba servicio. Desde entonces, nadie conoce su paradero, aunque los palestinos aseguran que sigue vivo y continúan reclamando a cambio de su vida la liberación de presos recluidos en Israel.
Shalit es la prueba de que el eterno conflicto árabe-israelí tiene rostros. Y también es la prueba del poder de la propaganda. El soldado israelí está secuestrado, no es un prisionero: no ha tenido juicio, la Cruz Roja no puede visitarle, nadie conoce el lugar de su confinamiento y en cualquier momento su garganta puede ser rebanada y su ejecución exhibida en las miles de páginas yihadistas que pueblan la red. En las cárceles de Israel hay miles de presos palestinos, muchos de ellos recluidos de manera preventiva e injusta. Pero pueden recibir la visita de ONGs y las autoridades de Israel comunican su paradero. Su situación, por injusta que sea, es muy diferente a la del soldado Shalit.
Casi nadie en España conoce el rostro y la historia de Shalit: la propaganda y los mensajes de Israel no suelen calar aquí con tanta facilidad como los lanzados por los grupos palestinos, que tradicionalmente han gozado de muchas mayores simpatías en España. El pasado domingo, Enric González –que en cada crónica y en cada reportaje que escribe desde Israel demuestra cómo desde allí también se puede hacer periodismo sin coger ninguna bandera– nos recordaba la historia del soldado Shalit en este extraordinario reportaje. Creo que lo mejor que pueden hacer mis lectores es dejar de leerme a mí, leer el texto de Enric y reflexionar sobre la historia que cuenta.
El domingo, 10 de julio, a las 12.15, en los jardines del Museo de Ciencias Naturales, junto al monumento de la Constitución, en Madrid, hay convocada una concentración silenciosa en la que se pedirá la libertad del soldado Shalit. Quizás es un buen momento para ver la cara de la tragedia que casi nunca se ve.
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Bin Laden y el Alakrana
Personas con mucho más autoridad que yo –recomiendo especialmente a Fernando Reinares, Ramón Lobo y Enric González– han escrito estos días acerca de la muerte de Osama Bin Laden y las consecuencias que puede conllevar la acción de los Seals. Estoy entre los que piensan que el fundador de Al Qaeda perdió su oportunidad de que alguien le leyera los derechos hace mucho tiempo, incluso antes de perpetrar los infames atentados del 11-S, que ya le hicieron absoluto merecedor del final que ha tenido. Estos días, como en los últimos diez años, me he sentido mucho más cerca de las víctimas de la barbarie nihilista de Nueva York, Madrid, Londres, Nairobi, Dar el Salam…, que de los que claman pidiendo un juicio justo para Bin Laden o comparan la muerte del saudí con la de Allende o la de el Che Guevara (esto lo ha escrito Carlos Carnicero, de profesión, tertuliano). Creo que una buena parte de esas críticas lo que encierran es el mismo antiamericanismo que hizo pensar a muchos después del 11-S que «los americanos ya merecían algo así.»
Lo más sorprendente de lo ocurrido en los últimos días es todo lo referente a la política informativa del ejecutivo norteamericano. Recapitulemos lo dicho en las últimas horas: se ha reconocido que hasta la guarida de Bin Laden se llegó tras torturar más de un centenar de veces a un detenido en Guantánamo; se ha reconocido que no se avisó a Pakistán de que medio centenar de soldados de élite iban a irrumpir en su territorio e iban a realizar la más espectacular operación de comando de la historia reciente; se ha reconocido que Bin Laden estaba desarmado cuando un Seal le metió dos balazos y se ha reconocido que en la acción hubo otras bajas e incluso ya se han mostrado las fotos de algunos de los cadáveres.
No sé cuánto de lo dicho corresponde a la verdad, pero lo cierto es que es muy difícil dar más munición a los que critican la acción militar y reivindican que el criminal saudí tenía que haber sido juzgado. Sin embargo, la Casa Blanca prefiere dejar las cosas así de claras: se hizo así y el presidente asume toda la responsabilidad de lo hecho, demostrando que es mucho más que un superdotado para la retórica. Casi coincidiendo en el tiempo, nuestra ministra de Exteriores, Trinidad Jiménez, ha tenido que desmentir la sentencia de la Audiencia Nacional que condena a los dos detenidos por el secuestro del atunero Alalkrana. En el fallo se deja bien claro que el Gobierno español pagó el rescate a los piratas somalíes para salvar la vida de los tripulantes. Jiménez ha vuelto a repetir el discurso de que España no pagó a los piratas, una mentira ya contada antes por Teresa Fernández de la Vega, Carme Chacón… Todo lo que rodeó el secuestro del pesquero deja a nuestro país en muy mal lugar: no solo se pagó un multimillonario rescate –sin que se dejase intervenir a los negociadores de las aseguradoras–, sino que se hizo lo posible para que los delincuentes pudiesen huir tranquilamente con el botín, pese a que la Armada tenía medios para haber cazado a los piratas, una vez que los rehenes estaban a salvo. Pero, claro, eso no habría encajado con el buenismo y el flowepower imperante en nuestro Gobierno. Pobres somalíes, sometidos por las potencias occidentales, que esquilman sus caladeros…
Es muy fácil desde las redacciones o desde el Congreso de los Diputados llevarse las manos a la cabeza porque Estados Unidos practica la tortura en Guantánamo. Con una superioridad moral que no sé muy bien de dónde procede y sobre qué se asienta pensamos que esos americanos no han superado la época del salvaje oeste, del wanted… Y preferimos no saber que nuestras fuerzas de seguridad han detenido a islamistas radicales gracias a las informaciones que han proporcionado detenidos en Marruecos y en Argelia en interrogatorios que nada tienen que envidiar a los de la CIA en Guantánamo. ¿Qué hacemos con esas informaciones? ¿No sirven? ¿Las desechamos porque han sido obtenidas sin las debidas garantías? ¿Soltamos a todos los islamistas que han sido detenidos gracias a estas informaciones? No, mejor nos tapamos la nariz, los ojos y los oídos y seguimos pensando que vivimos en un paraíso de libertades y derechos del que deberían aprender esos salvajes norteamericanos.