Ilustrísimo señor fiscal Julián Salto:
Con el debido respeto que me merece usted, como cualquier otro garante de la legalidad, me tomo la libertad de escribirle unas líneas. Leo en la prensa que ha solicitado dos años y medio de cárcel para los reporteros del diario ABC Cruz Morcillo y Pablo Muñoz. Les acusa de descubrimiento y revelación de secretos porque difundieron el contenido de una intervención telefónica. Estoy seguro de que lo hace usted respetando al máximo la legalidad y la imparcialidad que el estatuto de su carrera le obliga a preservar y sin ningún ánimo justiciero o revanchista, propio de regímenes donde no es precisamente el imperio de la ley el que rige.
En primer lugar, tengo que decirle que yo no escribo desde la imparcialidad, sino desde la parcialidad que me obliga el conocer desde hace muchos años a los dos reporteros a los que usted acusa. He competido con ellos desde varias trincheras y casi siempre he salido trasquilado porque son dos de los mejores periodistas que conozco. Usted no lo sabrá, pero en nuestro oficio antes imperaba un código de honor y de compañerismo que se reducía a una vieja frase: «en el pan como hermanos y en la información como gitanos». Ya comprenderá que la incorrección política de la frase nos ha obligado a que caiga en desuso, aunque unos cuantos, entre los que nos encontramos Pablo, Cruz y yo, nos negamos a que el código desaparezca. Por eso, el día que mis compañeros publicaron la portada de ABC por la que usted les quiere encarcelar, yo les llamé para felicitarles. Debí decirle a Cruz algo así como: «Perra, vaya historión has levantado. A ver si te la puedo meter doblada pronto». La llamada debió quedar registrada en esa lista de llamadas entrantes y salientes que el juez Fernando Andreu se apresuró a pedir a la Policía en una sorprendente decisión. El mismo juez que puso en libertad a 31 de los 32 detenidos en la Operación Tarantela y que ordenó cesar las intervenciones telefónicas el mismo día de los arrestos –algo bastante raro, como usted bien sabe–, se apresuró a solicitar todas las llamadas que habían hecho y recibido los dos periodistas en los días previos a la publicación de la noticia. También pidió a la Policía los números profesionales de todos los agentes que habían tenido acceso al pinchazo publicado por los compañeros 16 meses después de que se produjera la conversación, esa en la que el capo Ciro Rovai le decía a un interlocutor que había hablado con Luis Bárcenas y que éste le había dicho que «política y mafia son lo mismo».
Ya sabrá usted que ese listado de llamadas no aportó nada a la causa. De hecho, usted mismo reconoce que no sabe quién le entregó a los reporteros la conversación. A quien sí aportó mucho la decisión del magistrado Andreu fue al abogado y ex juez Javier Gómez de Liaño, entonces abogado de Bárcenas, al que se entregó toda la documentación de la pieza separada por revelación, que incluía la identificación de todos los teléfonos de las familias, compañeros, amigos, fuentes, empleadas domésticas, madres de los compañeros de sus hijos de Pablo y Cruz. Ya le anticipo que a mí no me deja muy tranquilo que mi teléfono ande en manos de quien yo no deseo que lo tenga, pero eso sería motivo de otra misiva al magistrado Andreu.
Estoy seguro, señor fiscal, de que usted sabe muy bien que la publicación de la noticia no perjudicó ninguna investigación, no posibilitó la fuga de nadie –sí que facilitó la fuga de algún mafioso la decisión de Andreu de poner a todos en libertad– y ni siquiera afectaba al honor de Luis Bárcenas, tal y como pretendía el abogado Gómez de Liaño y le denegó el juez. Quiero que sepa que Pablo y Cruz tenían en su poder esa conversación muchos meses antes y nunca tuvieron la tentación de publicarla, nunca hasta que la operación acabase y no perjudicase una investigación en la que estaban comprometidos Policía, Guardia Civil y fuerzas de seguridad italianas, que también quedaron atónitas con la benevolencia que tuvo el juez con los detenidos en contraste con la contundencia que mostró para perseguir la filtración. Este proceder es el habitual en Cruz y Pablo, tipos con códigos ya en desuso. Le podría contar decenas de historias a las que han tenido acceso y no han publicado porque entre los usuarios de esos viejos códigos hay siempre una norma, que es la del bien superior, que en nuestro caso suele ser que detengan al malo o a los malos. No hay exclusiva –créame– que valga la pena si el precio a pagar es que se frustra la detención de un delincuente.
Quizás, en su afán por velar por la legalidad y por mantener la imparcialidad, usted no ha preguntado en la Policía, en la Guardia Civil, en la Audiencia Nacional, en la Fiscalia… por el trabajo de Pablo y Cruz. Permítame que me atreva a decirle algo: hay muy pocos periodistas más rigurosos, más honestos y más serios que ellos. Tanto, que en ocasiones se les ha quedado esa cara de idiotas que solo los periodistas conocemos y que se te queda cuando tú has respetado un off the record o has retenido una noticia y un compañero se pasa los códigos por el forro.
Leo en el escrito con el que se opuso al sobreseimiento de la causa que usted piensa que con independencia de que un caso esté bajo secreto o no, ni “la prensa ni cualquier persona pueden revelar públicamente cualquier información obtenida en el seno de un procedimiento judicial”. Estoy seguro, señor fiscal, de que ni usted ni su jefe, el señor Polo, ni la jefa de su jefe, Consuelo Madrigal, piensan eso en realidad. Si la prensa no puede informar de un procedimiento judicial, estaríamos ante uno de esos regímenes donde no rige el imperio de la ley, algo que usted, como garante de la legalidad, no permitiría. Y si de verdad lo piensa, le voy a hacer una confesión: voy a seguir intentando publicar y difundir informaciones obtenidas en el seno de un procedimiento judicial. Llevo casi 30 años haciéndolo y sí me he visto alguna vez ante un juez por revelación de secretos. Pero ninguno de sus colegas ha solicitado nunca dos años y medio de prisión para mí. Y llevaban la misma toga, el mismo escudo y las mismas puñetas que a usted le dan la autoridad para encerrar a dos reporteros por informar.
Gracias por su atención. Reciba un cordial saludo.
Manuel Marlasca