El sentido común

Hoy los focos miraban a Serafín Castro, el ex jefe de la UDEV Central, el veterano comisario que tuvo que salir al paso –gira televisiva mediante– del error de la antropóloga que confundió los huesos de Ruth y José con los de animales. Ha hablado con contundencia –«los niños tenían que estar en Las Quemadillas, sí o sí»– y ha asegurado que desde las primeras horas de las pesquisas, él barruntaba un origen criminal en la desaparición de los niños. Pero no ha sido, ni de lejos, el testimonio más concluyente contra José Bretón. Antes del comisario Castro han pasado por la sala cinco policías nada mediáticos, cinco agentes de la comisaría de Córdoba, los primeros que trataron a Bretón, los que recibieron su denuncia, los que le acompañaron en esas primeras horas de la tarde y la noche del 8 de octubre de 2011. Han sido demoledores.
Son policías con mucha calle, con horas de experiencia recibiendo denuncias, hablando con víctimas, tratando con delincuentes y armados con ese sentido común que se va formando como una nueva capa en la dermis de los agentes veteranos: «Aquello no cuadraba», «su testimonio no era coherente», «colaboraba, pero no tenía un relato creíble», «no tenía interés a la hora de aportar datos»… Son frases que han repetido esos agentes. El jefe de servicio esa tarde ha ido aún más allá: «Me puse en lo peor, pensé que se los había cargado». Lo ha dicho con la misma sensatez con la que ha contestado al abogado Sánchez de Puerta cuando éste le ha preguntado si removió los restos de la hoguera: «A mí en la academia me enseñaron que no hay que tocar nada, que hay que proteger todo hasta que lleguen los especialistas».