Rafá Zouhier, el marroquí condenado a diez años de prisión en el juicio de los atentados del 11-M por intermediar entre terroristas y suministradores de explosivos, quiere casarse. Desde su celda de la prisión del Puerto de Santa María (Cádiz) ha tramitado todos los papeles para contraer matrimonio con una mujer española… Y de esta manera evitar ser expulsado de España. Contamos la historia esta semana en Interviú.
El abogado Gonzalo Boyé, en representación de una de las víctimas del 11-M, ha solicitado a la Audiencia Nacional que aplique a Zouhier el artículo del Código Penal que permite que un recluso extranjero que haya cumplido las tres cuartas partes de la pena y se encuentre en situación irregular en España, puede ser expulsado, en lugar de terminar de cumplir la totalidad de la condena. En su escrito, el letrado dice que «la presencia de Zouhier en territorio nacional solo servirá para agravar el sufrimiento de las víctimas».
Y seguramente lleve razón. No sé si Rafá está enamorado o si está intentando cerrar un matrimonio de conveniencia. Rafá era antes de entrar en prisión un mujeriego empedernido. Mi compañero Luis Rendueles y yo escribimos sus andanzas en varios reportajes de Interviú y conocimos a un par de chicas que se confesaban enamoradas del marroquí, un tipo que, ciertamente, tenía una vida muy alejada de la ortodoxia del yihadismo: bebía, le gustaba la noche, traficaba con drogas… Me cuentan que el Rafá que el 19 de marzo de 2014 será un hombre libre –habrá cumplido la totalidad de la pena– tiene poco que ver con el que entró. Se ha convertido en un musulmán que cumple de manera estricta las reglas del Corán, ha estudiado filosofía y se ha templado, dejando atrás esa imagen histriónica que le valió más de una regañina por parte del presidente del tribunal que juzgó el 11-M, Javier Gómez Bermúdez. El magistrado consideraba –y con toda la razón– que las chanzas permanentes y los gestos de Rafá eran una ofensa a las víctimas. Y ahora, ninguna de ellas quiere volver a ver esos gestos en la calle o, lo que es peor, en algún plató de televisión. El dolor de aquella barbarie volverá cuando empecemos a ver a los condenados en libertad. El sistema debe hacer todo lo posible para evitar que los veamos. Y Zouhier seguro que puede esperar y casarse en Marruecos.