Me he topado con esta imagen viendo las ediciones digitales de los diarios a primera hora de la mañana. La foto ilustra este reportaje. Habla de Fátima, la única mujer de Cunit (Tarragona) que tapa su rostro completamente y que vive en una ciudad cuyas autoridades acaban de vetar el velo integral en espacios públicos. Leo su historia mientras no puedo dejar de mirar la foto. Fátima se casó siendo menor de edad, no entiende ni habla español pese a llevar nueve años en nuestro país –según cuenta quien habla por ella, su marido– y no ha trabajado nunca, sólo se ocupa de sus tres hijos.
El autor del reportaje describe muy bien cómo la mujer se deja fotografiar, cómo se mueve detrás de la maciza tela negra que la cosifica, que la convierte en poco más que un bulto, cómo sale presta a atender a uno de sus hijos… Y sigo mirando la foto. Retiro la mirada de su inexistente rostro y veo el resto de su indumentaria, que no deja al descubierto ni un centímetro cuadrado de su piel. Es un atuendo casi medieval. Y me fijo en su marido, Mustafa Briqa, veinte años mayor que ella. Lleva pantalones vaqueros, una camiseta y promete que su mujer cumplirá la ley. Que cambiará el velo por una gorra y gafas de sol. Dice que su esposa lleva velo integral por su propia voluntad, porque quiere estar cerca de Dios. No sabemos si es verdad, porque ella no habla. No sé si porque no quiere o porque no puede. No puedo dejar de mirar la foto y de pensar que esa pareja vive a cuatro horas de coche de mi casa, del lugar en el que trato de educar a mis hijos en principios como la libertad, la tolerancia y la igualdad entre hombres y mujeres.