
«La próxima vez, no me cogéis vivo. Estoy muy enfermo y a prisión no vuelvo más, aunque me lleve a alguno de vosotros por delante». Corría el año 2009 y un Antonio Padilla Córdoba casi sesentón amenazó así a los policías del Grupo de Atracos a bancos de la Brigada de Policía Judicial que le detuvieron por enésima vez. Padilla llevaba desde 1977 entrando y saliendo de la cárcel, sin regresar a prisión tras los permisos penitenciarios y haciendo lo único que sabe hacer: atracar. En aquellos días de 2009 se ganó el apodo de Z-70 por el arma que llevaba en sus atracos, un subfusil Z-70 procedente del Ejército. Antonio actuaba siempre solo, no mantenía relación con sus dos hijos, que viven en Barcelona y no se le conocían ni amigos ni novias, lo que dificultó su captura.

Seis años más tarde, Padilla volvió a salir de prisión con un permiso penitenciario y, naturalmente, no regresó a la cárcel de Aranjuez. Pocos días después, los agentes de Atracos le volvieron a ver en las imágenes de las cámaras de seguridad de un banco, junto a la estación de Chamartín. A cara descubierta, tras esperar su turno en la cola, con absoluta tranquilidad, le entrega una nota al encargado de la caja – «Esto es un atraco. Mantén la calma y haz lo que te diga»- mientras empuña una pistola guardada en un bolso. Padilla Córdoba -a los atracadores siempre se les llama por sus dos apellidos en los grupos de Atracos- y su sello: serenidad y profesionalidad, tanta que nadie se entera de lo que está pasando. Ni siquiera un cliente que saca delante de él un fajo de 12.000 euros que el atracador se lleva diciéndole que es policía. 14.000 -12.00 del cliente, más 2.000 de la caja- en su primer golpe tras salir de prisión es un regalo para cualquier atracador de bancos, que sabe que en los tiempos que corren sacar más de 4.000 euros en un golpe a un banco es casi misión imposible.
El responsable del Grupo 12 de la Brigada de Madrid lo tuvo muy claro. Padilla volvería a atracar cuando se le acabase el dinero y recordó su amenaza, la que profirió en 2009. Un atracador pasados los 60 años, con una enfermedad grave y de peligrosidad acreditada se convirtió en absoluta prioridad para los hombres y mujeres de Atracos. La imagen y el recuerdo de Vanessa Lage, la policía asesinada hace dos años en Vigo a la salida de un atraco por un delincuente de perfil muy parecido al de Padilla, estuvo presente desde el inicio de la operación Z-II, tal y como se denominó la caza del veterano atracador.
Los investigadores volvieron a revisar la información sobre su objetivo. Comprobaron que una mujer llamada Lucía le visitó dos veces en la cárcel, pero no se puso en contacto con ella tras salir de prisión. La mujer contó a la policía que Padilla había cuidado de su hijo entre rejas y que a ella le mandó un ramo de flores el día de Santa Lucía. El viejo delincuente seguía sin ningún lazo del que los investigadores pudieran tirar: no tenía viejos consortes -compañeros de faena- en activo, ni familia… Así que los investigadores recurrieron al instinto y a los viejos métodos. Estudiaron las estaciones de Metro por las que salía tras sus atracos en busca de un posible domicilio, vigilaron estrechamente a su hermana, que le había enviado unas gafas a prisión, se centraron en una mujer de origen marroquí con la que se había carteado estando en la cárcel… Pero Padilla seguía siendo una sombra que aparecía de vez en cuando en las imágenes de las cámaras de seguridad de los bancos que atracaba.
Los investigadores fueron a la prisión de Aranjuez en busca de datos que les ayudasen a cazar al antiguo inquilino del centro. Allí se enteraron de que el atracador se dedicaba a pintar al óleo en sus ratos libres. Los agentes de Atracos a bancos recorrieron academias de dibujo y tiendas de material de pintura mostrando la foto de Padilla. Sus rasgos, tan comunes, dieron lugar a confusiones, a falsas alarmas. El bronceado que lució en uno de sus golpes hizo pensar a los caimanes de Atracos que su objetivo podría pasar mucho tiempo al aire libre, probablemente pintando. Los investigadores recorrieron a bordo de bicicletas la Casa de Campo, el Retiro, el Parque del Oeste… fijándose en cada lienzo. Todo resultó negativo hasta que Padilla cometió un error: se salió de su hábitat natural -los bancos- y atracó una farmacia en Chamberí, el mismo barrio en el que fue detenido en 2009.
La partida de ajedrez se puso del lado de los policías cuando estos hicieron sus cálculos: a finales de noviembre a Padilla se le acabaría el dinero, tendría que volver a atracar para pagar el alquiler y probablemente seguiría en esa misma zona. En la última semana de noviembre, los agentes de Atracos redoblaron esfuerzos y efectivos. El instinto no falló. Padilla, armado con una pistola de fogueo y un cuchillo, fue detenido por los investigadores que le llevaban siguiendo desde hace un año cuando se disponía a dar un nuevo palo.
Padilla no se droga, no juega, vive en habitaciones por las que paga poco más de 200 euros al mes y en las que no permanece más de dos meses, ni siquiera busca compañías femeninas. Atraca, sencillamente, porque es lo único que sabe hacer y porque a estas alturas nadie la va a hacer trabajar. No le sale mal: en su último año laboral ha ganado 26.000 euros. Más de lo que ganan la mayoría de los policías que le han perseguido en este tiempo.
Enhorabuena a los policías que se lo han currado y que el pájaro este se «pudra» en la cárcel, anda que no hay campo para trabajar.
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