Esta semana, los dos periódicos más importantes de España, El País y El Mundo, anunciaron sendos expedientes de regulación de empleo, que afectarán, en el mejor de los casos, a doscientos profesionales de los dos medios. Es una noticia terrorífica –otra más– que llega después del cierre de otros diarios y de otros muchos recortes de plantillas, incluso en esos dos periódicos. Los argumentos esgrimidos por los responsables de las dos cabeceras son similares a los de otros medios en crisis: el modelo de negocio actual es insostenible, el descenso de ventas y la caída de la publicidad, la actual coyuntura económica… Y todos esos argumentos son ciertos. Se venden muchos menos periódicos, la inversión en publicidad se ha desplomado y, probablemente, sea muy difícil mantener en este contexto a gigantescas plantillas, creadas y pensadas para una época en la que los diarios superaban las cien páginas. Pero también es cierto que los responsables de las empresas editoras que ahora anuncian irremediables ERES son los mismos que hace tiempo decidieron que la calidad de sus productos era lo de menos. Por eso –prejubilaciones o despidos mediante– soltaron lastre de capital periodístico y se deshicieron de veteranos cocineros de periódicos, esos profesionales capaces de convertir un diario en algo brillantemente manufacturado, sin errores, con titulares precisos y bien escrito, aquellos tipos que tenían los planillos de cuatro ediciones en la cabeza y ejercían un férreo control de calidad, las verdaderas auctoritas de las redacciones.
Los mismos directivos que anuncian desastres para la prensa escrita fueron los que renunciaron a que en sus medios se contasen historias deshaciéndose de reporteros de verdad, de profesionales con la veteranía y el oficio suficientes como para elaborar noticias o reportajes propios, pero con sueldos lo suficientemente altos como para provocar reflexiones como aquella de un directivo de un gran periódico madrileño: «la diferencia entre un reportero vetarano y un becario es que el reportero trae seis buenas exclusivas al año. El resto de los días es igual que el becario, así que la diferencia de sueldo no compensa». Así que esos mismos directivos llenaron sus redacciones de becarios o de periodistas baratos salidos de sus prósperos másters.
Esos mismos directivos convirtieron los periódicos en algo casi clónico, en soportes de las mismas noticias con diferentes enfoques, según la adscripción ideológica del medio. Porque los mismos directivos que hoy hablan de sacrificios fueron aquellos que hace mucho sacrificaron el interés de los lectores en beneficio del suyo propio y de sus empresas, llenando sus periódicos de opinadores de mayor o menor calidad, pero que respondían perfectamente a las exigencias de la empresa y de los intereses políticos y económicos a los que servía.
Los mismos directivos que anuncian el final del papel y el reinado de las ediciones digitales son los mismos que llevan más de una década buscando el maná de Internet, la máxima rentabilidad de un producto de masivo consumo, pero al que aún es muy difícil sacar dinero.
Los mismos directivos que hoy empiezan sus recortes cerrando delegaciones, corrieron a abrirlas hace años para repartirse con la prensa local la tarta de la publicidad institucional. Apenas importaba la actualidad de aquellos lugares, lo verdaderamente importante era captar los anuncios de los gobiernos locales y autonómicos. Esos mismos directivos se asociaron con empresarios locales y llegaron a acuerdos para cederse cabeceras y páginas hasta que, por ejemplo, alguno de ellos tuvo que cerrar su diario porque los trabajadores se enteraron de que jamás había pagado a la Seguridad Social por ellos…
Los mismos directivos que hoy convierten a sus profesionales en «sueldos brutos anuales» fueron los mismos que utilizaron a esos profesionales para convertir sus medios en trincheras en las que morían, no ellos, sino los periodistas. Son los mismos que transformaron los periódicos en armas arrojadizas o en sillones de masajes para políticos de uno y otro partido.
Los mismos directivos que hoy hablan de la insostenibilidad del actual modelo de negocio son los mismos que decidieron, en la época de las vacas gordas, que su modelo de negocio pasaba por la televisión. Querían dejar de ser editores –palabra en desuso por la extinción de ejemplares– para convertirse en magnates de la televisión y ampliar su influencia política y social gracias a ese medio. Pero sus negocios fueron ruinosos y dejaron sus compañías llenas de deudas y el INEM lleno de periodistas en paro.
No sé hacia dónde va el periodismo, ni de quién es la culpa de la situación en la que estamos. Pero cuando la historia juzgue lo ocurrido, que no olvide que las decisiones, entonces y ahora, no eran de los profesionales, sino de esos mismos directivos.