En 1999 conocí a Rosa Arcos Caamaño en La Coruña. Su hermana, María José, llevaba entonces tres años desaparecida. Contacté con ella gracias a uno de los mejores policías que he conocido nunca, un experto en homicidios que luchó lo indecible por poner a disposición judicial al que él, Rosa y todo el mundo consideraban responsable de la desaparición de María José, Ramiro Villaverde, un cámara de televisión con el que María José había tenido una relación sentimental y al que había prestado un millón de pesetas. Había muchos indicios que apuntaban hacia él, pero ninguna prueba contundente. El caso amenazaba con convertirse en otro de esos crímenes perfectos en los que hay un sospechoso que nunca pasa de ser eso. Pero Rosa luchaba ya entonces para que su hermana y su desaparición no cayesen en el olvido. Y así ha estado quince años. Sin escándalos, sin levantar la voz, pero empleando todas las herramientas que la ley ha puesto a su alcance y que se antojaban insuficientes. Rosa se ha entrevistado con decenas de policías, fiscales, jueces, guardias civiles…, abrió esta página web para mantener el caso vivo en la red. Es una de las mujeres que con mayor dignidad he visto pelear por una causa tan justa como aparentemente inalcanzable.
Hasta ayer, cuando la Guardia Civil detuvo a Ramiro Villaverde por orden del juez de Ribeira, que afirma en su auto que «los indicios de culpabilidad que recaen sobre él son demasiados y demasiado fuertes». He hablado con Rosa esta mañana. Estaba feliz y esperanzada. Como siempre, no ha tenido una mala palabra para nadie, solo elogios para el juez, el fiscal y la Guardia Civil. «Que al menos pase por esto», es lo más duro que ha dicho sobre el tipo al que desde hace quince años quiere ver detenido. Rosa me ha vuelto a dar una lección.