Leo que la policía danesa ha abortado un plan para hacer saltar por los aires la sede del Jyllands-Posten, el periódico que hace cinco años publicó las caricaturas de Mahoma, una de las cuales reproduzco aquí y que he convertido en mi imagen de perfil en Twitter y en Facebook, en homenaje a esos dibujantes y a sus compañeros del diario de Copenhague, que ya jamás podrán tener una vida normal, sino que trabajan y viven permanentemente custodiados por la policía y que saben –a la vista está lo desvelado hoy– que hay fundamentalistas dispuestos a entregar su propia vida para vengar tamaña afrenta.
Si hace unos meses, los escoltas de Kurt Westergaard –el autor de la viñeta que ilustra este post– evitaron que un hombre vinculado a Al Qaeda le matase a hachazos en presencia de su nieta, hoy, según el jefe de la policía de la capital danesa, la detención de cinco terroristas ha impedido que «varios de los sospechosos entrasen en la sede del diario y matasen al mayor número posible de personas».
Nada nuevo. Ya hace unas semanas, en Suecia, un terrorista islámico murió cuando manipulaba los explosivos que preparaba para hacerlos estallar en un centro comercial o en una estación. Anteriormente, otro islamista que tenía un plano del edifico del diario de las viñetas provocó una explosión en un hotel de Aahrus. Afortunadamente, las fuerzas de seguridad de esos países están alerta. Saben que en cualquier momento, un nihilista puede provocar una masacre con la justificación de las viñetas o con lo que se le ocurra.
Recuerdo la firmeza con la que hace cinco años, Anders-Fogh Rasmussen, entonces primer ministro de Dinamarca, hoy secretario general de la OTAN, defendió a los trabajadores y caricaturistas del diario amenazado, invocando la libertad de expresión y negándose a recibir a los diplomáticos de diez países musulmanes que pretendían reunirse con él para pedirle explicaciones. Qué envidia tener políticos así al frente de tu país.
Sé que muchos musulmanes se sintieron ofendidos de verdad cuando vieron esas caricaturas. Es comprensible. Y sé también que a muchos católicos les duele en lo más profundo de su fe que se estrene una obra con el título Me cago en Dios o que Leo Bassi haga de la blasfemia uno de los principales ingredientes de sus espectáculos. Y estoy seguro del dolor que debieron sentir los judíos cuando el iluminado que preside Irán decidió convocar un concurso de viñetas sobre el Holocausto. Toda esa gente se ofendió de verdad, pero la diferencia está clara. Leo Bassi y el autor de Me cago en Dios viven muy tranquilos. Ahmadineyad, para nuestra desgracia, de momento tampoco tiene que mirar debajo de su coche cada mañana.