‘El Rafita’, un fracaso del todos


Leo aquí que han vuelto a detener a Rafael García Fernández, El Rafita, uno de los criminales que violaron, mataron y quemaron a Sandra Palo, una joven madrileña, en 2003. Menos de siete años después, Rafael, que era menor de edad cuando cometió su terrible delito, goza de una libertad que le permite seguir delinquiendo. Esta vez robando un coche, pero es que ya había sido detenido otras dos veces, también por robo, desde que abandonó el centro donde cumplió su condena.
¿Qué ha pasado? El Rafita no entró en una prisión porque, según dice el espíritu de la ley de responsabilidad penal del menor, eso no habría hecho más que empeorar su conducta. Así que ingresó en un centro de menores, donde se supone que educadores, psicólogos y todo tipo de personal pagado con nuestros impuestos le convertiría en una persona que podría volver a la sociedad de la que fue apartado para purgar por su horrible crimen… Seis años después, El Rafita salió en libertad, su rostro apareció en la televisión poco después y nada parece indicar que se haya convertido en una persona capaz de vivir de su trabajo.
¿De quién es la culpa de este fracaso? De todos. La Ley del Menor no sirve tal y como está planteada. No hay ni dinero ni profesionales para que sea aplicada con rigor. La Administración española es incapaz de garantizar, en casos tan mediáticos como éste, que el reo será luego blindado y que nadie conocerá su aspecto ni su paradero. Y los medios españoles, especialmente las televisiones, se lanzaron a degüello sobre El Rafita para buscarle, encontrarle y privarle de la oportunidad de vivir una vida nueva. A la vez, volvían a dar minutos a la madre de Sandra Palo, una mujer que legítimamente arrastra su dolor y lo comparte con todo aquel que le ponga una cámara delante, sin sospechar que no es más que una pieza más del engranaje perverso de audiencias que se ventila todas las mañanas o las tardes. Mañana la verán en algún programa. Seguro.
No sé si El Rafita habría elegido vivir una vida nueva después de su crimen. Pero tampoco le hemos dado muchas oportunidades. Un ejemplo que siempre me viene a la mente cuando hablo de esto: los dos asesinos de James Bulger, aquel niño que en 1993 fue torturado y muerto a golpes en Liverpool, salieron de su internamiento hace ya siete años. Nadie sabe dónde están, ni quiénes son. El Gobierno inglés les proporcionó nuevas identidades para que tuviesen la oportunidad de tener nuevas vidas. Y a la denostada por aquí prensa británica ni se le ha ocurrido privarles de esa oportunidad.

Publicado por

manuelmarlasca

Reportero. Se me ve por La Sexta y se me oye en Onda Cero.

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