La Pringue

Manuel Marlasca


La congresista Giffords y los políticos españoles


Leo hoy en El País una estupenda crónica de Yolanda Monge sobre la congresista Giffords, la víctima del último demente magnicida que ha dado Estados Unidos y no puedo evitar reflexionar sobre las diferencias que hay entre Estados Unidos a la hora de hacer y entender la política.
A Gabrielle Giffords le dispararon cuando estaba participando en una pequeña reunión con sus votantes, unos encuentros conocidos como Congreso en tu esquina, en los que los cargos electos responden ante quienes les han elegido: cada congresista o senador se expone ante sus vecinos –las personas que les han llevado hasta Washington–, contesta a sus preguntas, recoge sus quejas y sus reclamaciones… Desde 2006, la congresista había tenido diecinueve de estos encuentros.
¿Os imagináis a cualquier diputado español compareciendo en una plaza de la provincia por la que fue elegido para responder a sus votantes? No, naturalmente que no, porque en muchos casos ni siquiera han pisado la circunscripción por la que han sido elegidos, salvo en algún mitin: todas las listas se cuadran por intereses de partido y sin tener en cuenta a los votantes, que acuden a las urnas para votar a unas siglas que engloban casi siempre a personas intercambiables entre sí. Y, naturalmente, cuando uno es elegido diputado por Burgos, una vez logrado el escaño, no se acuerda ni de que por allí pasa el Arlanzón.
El perfil político de Giffords también llama la atención y, seguramente, es difícil de comprender desde aquí. La congresista es propietaria de una Glock 19, el mismo modelo de pistola con la que disparó Jared Lee Loughner. Es una defensora de la posesión de armas –como tantos otros estadounidenses, que invocan la Segunda Enmienda de su Constitución–, pero no es ninguna ultraderechista adscrita al Tea Party ni pertenece a la Asociación Nacional del Rifle, el lobby que más se opone al control de armas. Muy al contrario, Giffords es defensora del aborto y de la investigaciones con células madre –dos materias a las que se oponen los republicanos más furibundos–. Y, además, ha hecho todo lo que ha estado en su mano por acabar con la dura ley antinmigración de su estado, Arizona, que permite a la policía solicitar la documentación a cualquier sospechoso de no llevar papeles y ser castigado por ello. Y es que –y eso apenas se sabe o no se quiere saber– en Estados Unidos la policía no tiene la autoridad para solicitar documentación, a no ser que la persona sea sospechosa de haber cometido un delito. Es decir, la congresista demócrata rompe los clichés a los que somos tan aficionados en Europa y, concretamente, en España, uno de los países en el que más éxito cosecha Michael Moore, ese pseudocineasta que ha hecho carrera explotando hasta la náusea esos clichés, que Giffords hace saltar por los aires. Confío en la pronta recuperación de la congresista, para que siga llevando la contrario a Moore y todos sus palmeros.



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